“Viejo muere el cisne” de Aldous Huxley

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“En el plano de la ausencia de Dios, los hombres no pueden hacer otra cosa que destruir lo que anteriormente construyeran; destruir incluso mientras construyen; construir con los elementos de la destrucción”.
Aldous Huxley

“Viejo muere el cisne” de Aldous Huxley

Viejo muere el cisne es una novela de ficción enmarcada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial y el fin de la Guerra Civil en España en 1939. Año de desazón para muchos intelectuales que vieron cómo la tecnología se estableció como sinónimo de progreso. Son diversos los personajes elaborados por el novelista británico. El catedrático de Cambridge, amante de las letras (Jeremías Pordage). El intelectual que, desilusionado y aguerrido, lacera los sistemas dominantes (Sr. Propter). El empresario multimillonario, pragmático, inculto, temeroso de la muerte y con deseo patológico de dominarla (Sr. Jo Stoyte). El médico científico que, con empecinado cinismo, busca encontrar la fórmula para la longevidad (Dr. Obispo). La jóven ignorante y manipuladora que vive con culpa moral ante la Virgen (Virginia). Y el jóven biólogo de nacionalidad española que comienza a ser escéptico sobre su actividad y responsabilidad ética (Pedro).
Es leitmotiv de la obra “Dios es amor. La muerte no existe“, cántico que el multimillonario Stoyle se dice en voz baja cuando la vida se angosta para él. De aquí que uno de los temas centrales de la obra sea el temor a la muerte y cómo la ciencia lucha por encontrar la manera de impedir el “fatal acontecimiento”.
Encontramos un novela densa en argumentos filosóficos, ideas que años más tarde el autor desarrollará en su ensayo “Las puertas de la percepción” de 1954. Algunas de las ideas hilvanadas a lo largo de las doscientos sesenta páginas que componen ésta novela son las siguientes: El horror en el mundo. La vitalidad que transmite la cultura de la victoria y su negación de la decadencia del cuerpo mediante la confianza en la razón y la inteligencia humanas. El sinsentido de la vida cruda (“Para Jeremías la experiencia directa e inmediata era siempre difícil de recoger y le producía siempre una cierta desazón. La vida se tornaba segura y las cosas asumían significado, sólo cuando se habían convertido en palabras y se hallaban confinadas entre las cubiertas de un libro“), donde el autor, bajo la careta del Sr. Propter, argumenta que son los sujetos los que construyen significados en un mundo carente de ellos; un mundo en el que buscamos expresar la verdadera naturaleza del mundo de manera simbólica, y que eso es un problema en sí, cuando nos preguntamos: “¿y qué verdades acerca de la naturaleza de las cosas?“. El cobijo que el hombre busca en las religiones como negación de la muerte. La fe que la sociedad pone en sus axiomas (proposiciones tan claras y evidentes que se admiten sin necesidad de demostración): “En el mundo en que ella vivía era cosa axiomática que el hombre capaz de ganar un millón de dolores había de ser una maravilla. Padres, amigos, maestros, periódicos, radio, anuncios, ora política, ora involucradamente, todos proclamaban unánimamente su prodigiosidad”. La relación Hombre-Dios. La miseria de la gente de campo obligada a migrar a las grandes urbes (“La pobreza y el sufrimiento ennoblecen sólo cuando son voluntarios. La pobreza y el sufrimiento involuntarios hacen a los hombres peores”). El concepto de personalidad y su relación con el ego, condición de no libertad, conceptos aprendidos de una cultura de la fijeza del ser, de imposibilidad de todas las posibilidades; la defensa de lo que soy y la evasión de lo que se puede ser: la trascendencia del ser (“Cuanto más se respete la personalidad tantas más oportunidades tendrá para descubrir que toda personalidad es una cárcel. Bien potencial es todo aquello que facilita la evasión. El bien actualizado reside fuera de la prisión, fuera de toda potencialidad, en el estado de pura y desinteresada conciencia”).
Otra idea central y de importancia filosófica (principalmente para la Metafísica) es el tema de la realidad y su mención (nombramiento), respondiendo a la pregunta: ¿Es posible que aquello que se nos muestra como lo que es pueda ser expresado como es realmente? ¿Cuándo damos nuestra opinión respecto a algo hacemos mención de lo que es o sólo de una parte? ¿Qué es la verdad? Huxley argumenta sobre la subjetividad de la experiencia, en la manera única y particular en que cada sujeto experimenta y da sentido a lo que es, a la realidad (“Las verdaderas condiciones de cualquier momento dado son las condiciones subjetivas de las personas que vivieron entonces“), es decir, nuestra experiencia representa verdad, es verdadera en la medida que somos nosotros los que la experimentamos y se valida como verdad. En este sentido hay muchas verdades de frente a la Verdad (con mayúscula). Pero nosotros creemos tener que encontrar un sentido ahí afuera, que el mundo nos espera con los brazos abiertos a descubrirlo y dominarlo. Nada más alejado de lo que es para Huxley el mundo (“El loco empeño en no reconocer los hechos como son, condena a los hombres al embrutecimiento de sus deseos y la deformación o destrucción de sus vida“). Cabe mencionar la muerte, la soledad, el azar, la contingencia, como aquellos hechos que no solemos aceptar como parte de lo que es, por el contrario buscamos darles razón de causa.
Es fácil olvidar el año de publicación de “Viejo muere el cisne” de Aldous Huxley. Su vigencia después de más de 70 años resulta escalofriante. ¿Qué ha sucedido para que en el transcurso de las ultimas décadas tengamos tanto temor a la muerte, que nos hace estigmatizarla como lo malo, lo que se debe de evitar, lo terrible? ¿En qué momento compramos la idea de un mundo con sentido cuando la experiencia cotidiana nos muestra lo contrario? Sin duda tenemos una falsa idea de libertad.
Bibliografía: Aldous Huxley, Viejo muere el cisne, Tr. R. Crespo y Crespo. Buenos Aires: Losada, 4a. edición, 1967.
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