“Al igual que el golf, las maratones son una diversión para jugadores, no para ganadores. Por eso vende Wilson palos de golf y Nike, zapatillas deportivas. La década de los ochenta no será una década saludable de juegos pensados sólo para los que triunfan… salvo los que están en la cima del deporte profesional, como la Super Bowl o el campeonato mundial de pesos pesados. El resto tendremos que asumirlo o volvernos locos de tanto perder. Algunos se opondrán, pero no demasiados. El concepto de victoria en la derrota ha echado raíces, y mucha gente dice que tiene sentido. La maratón de Honolulú fue una exhibición ejemplar de la Nueva Ética: el premio principal era una camiseta gris para cada uno de los cuatro mil terminadores. La prueba consistía en eso, y no había más fracasados que los que no habían logrado terminar.
No hubo ninguna camiseta especial para el vencedor, cuya ventaja sobre los demás fue tan grande que la inmensa mayoría no vio a MacDonald hasta mucho después de que terminara la carrera. Y ninguno de los que lo vieron antes pudieron estar tan cerca de él durante los últimos cuatro kilómetros como para ver cómo corre un verdadero ganador. Los otros cinco mil, seis mil o tal vez siete u ocho mil participantes tenían sus propias razones para correr… Y ése es el punto de vista que necesitamos; la raison d’être [razón de ser o razón de existir], por así decirlo… ¿Por qué corren esos mierdosos? ¿Por qué se castigan de un modo tan brutal, si no hay premio alguno? ¿Qué instinto enfermizo empuja a ocho mil personas supuestamente inteligentes a levantarse a las cuatro de la madrugada y recorrer cuarenta y dos kilómetros rompepelotas por las calles de Waikiki, dando tumbos a toda pastilla, en una carrera donde menos de una docena tiene alguna remota posibilidad de ganar?” Hunter S. Thompson, La maldición de Lono, Tr. Jesús Gómez Gutiérrez. Ciudad de México: Sexto Piso-UANL, 1a. edición, 2016.