“El puesto del hombre en el cosmos pivota sobre una invisible posición interrogante que está más acá de la conciencia y de la reflexión, en la actitud que adoptamos ante las cosas. Incardinación interrogante que es más un posicionarse en el mundo que emisión de cuestiones concretas. Somos siempre sobre el suelo de un preguntar informulable, nervadura no objetivable, que abre el campo de juego de las preguntas formulables. Siendo un ser que aprehende sentido, el hombre posa sus pies sobre una tierra que carece de fondo. Habitando el mundo, camina sobre un abismo.
Pensada así, la existencia del hombre en el cosmos es la de un ser que está radicalmente solo. Puede buscar la compañía de un Absoluto, de un principium rationis, de una causa sui. Pero al hacerlo testimonia por ello su soledad. Si no alcanza esta experiencia radical, una experiencia que tiende a ocultársela con las más variadas estrategias, se convierte en su propio sepulturero y se condena a una vida abúlica, sin auténtica pasión y sin deseo. Le ocurre en la vida cotidiana, donde establece relaciones de almidón si no se afronta a sí mismo primero solitariamente. Y le ocurre en la aventura del pensamiento. El término «deseo» proviene del vocablo latín de-siderare, cuyo significado central es el de comprobar que las constelaciones, los sidera, no dan señal. Pues bien, «la filosofía, en tanto que pertenece al deseo […] comienza cuando los dioses enmudecen».”
Luis Sáez Rueda, Ser errático. Madrid: Trotta, 1a edición, 2009.