
¿Por qué hablar de angustia existencial si lo que quiero es dejar de “sentirla”?
La angustia existencial es el germen de todos nuestros intentos por abrazar, negar o reclamar las incertidumbres de una vida humana fundamentada en la relacionalidad. Si aceptamos que la angustia engloba la respuesta humana a las condiciones fundamentales de la existencia entonces valorarla como mala, debilitante o problemática acorta su potencial creador.
Así, para la Psicoterapia Existencial, la angustia contiene la posibilidad de ser experimentada como estimulante. Pero sólo nos resulta vigorizante, dice Ernesto Spinelli, si somos capaces de “permitir la reorganización y reconstrucción de un significado nuevo que pued[a] ser aceptado y apropiado” por nosotros.
Sin embargo, cuando no somos capaces de construir un nuevo significado o cuando el único sentido posible que alcanzamos a abrazar se nos presenta como peligroso y desestabilizante, entonces la angustia es experimentada como una destrucción y una amenaza a nuestra propia vida y a la continuidad de ésta tal cual la hemos “conocido”.
Es así que, en la búsqueda de disminuir los aspectos incómodos de nuestra angustia buscamos desesperadamente afirmarnos verdades, hechos y declaraciones que se mantengan fijas, negando con esto aquellas instancias de nuestra experiencia que dudan o retan nuestras afirmaciones de certeza y de sentido fijo. Perdemos entonces el fermento de la duda como posible catalizador de una nueva consciencia pues se encuentra, una vez más, ahogada por nuestra desesperación.
Tipos fundamentales de angustia
A pesar de la connotación negativa que tiene la angustia existencial (como he buscado explicar arriba) su experienciar nos recuerda que nuestra existencia está permanentemente amenazada.
Así, siguiendo a Paul Tillich, existen tres tipos perfectamente “normales” y no neuróticos en los que la angustia se manifiesta:
a) la amenaza óntica que cuestiona mi autoafirmación, es decir, el hecho de que yo continúe siendo el que me digo que soy,
b) la amenaza moral, que destruye mi idea de que existo como una “buena” persona para los demás y
c) la amenaza espiritual, que cuestiona que yo exista efectivamente como persona única y no como un individuo más, indistinguible del resto.
Estos tres tipos de angustia nos recuerdan (de manera fundamental) que: nosotros y las cosas a nuestro alrededor tienen un fin, que somos responsables de nosotros mismos y que cualquiera que vive creativamente en sus significados se afirma a sí mismo como participante de ellos.
La angustia existencial como estímulo
Es así que puedo afirmar que la angustia existencial puede también ser una oportunidad para despojarnos de actividades rutinarias y mecánicas en las que suele transcurrir (en algunas ocasiones) nuestro día a día.
La relevancia que tiene comprender lo que nos sucede no es sólo porque sea un momento terrible e incómodo que nos alarma, en que nos sentimos solos, abandonados, dejados de la mano de aquello en lo que confiamos. Sino que en la angustia y en la plena consciencia de estar ahí —con coraje—, no habrá nada más que nos distraiga.
Es una valiosa oportunidad de encontrarnos a solas con nosotros mismos; de escuchar en silencio cómo el misterio de la vida emerge con sus asuntos y dilemas más vitales. Es ahí donde revaloramos lo que somos, nuestro proyecto personal, lo que realmente queremos llegar a ser. Así, como dice van Deurzen, “[e]nfrentar la angustia es lo que nos hace tener coraje. Evadirla, tratar de escapar de ella sólo nos dará desesperación.”
Por lo tanto, la angustia existencial es también una oportunidad de llegar a ser el que se es… pues “para el hombre ser es una tarea ardua y difícil, no como las plantas o animales; requerimos de coraje para mantener la tarea.” (Rollo May) Convencionalmente solemos resolvernos mediante la evasión, postergando, negando, pero, como dice el poeta, “está claro que nosotros debemos atenernos a lo difícil [pues] lo difícil es una seguridad que no nos va a abandonar.” (Rilke)
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