O pensamento de Kierkegaard e a clínica psicológica
Ana María Lopez Calvo de Feijoo (Coautora)
IFEN, Rio de Janeiro (2013) – http://www.ifen.com.br/
120 págs.
Gilberto Santaolalla Loureiro[1].
Ana María Lopez Calvo de Feijoo es Doctora en Psicología por la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Maestra en Psicología de la Personalidad por la Fundação Getulio Vargas y Especialista en Psicología Clínica por el Instituto de Psicologia Fenomenológico-Existencial do Rio de Janeiro. Lopez Calvo es coautora de esta obra junto con un grupo de cuatro especialistas en Psicología Fenomenológico-Existencial (Cristine Monteiro Mattar, Elaine Lopez Feijoo, Maria Bernadete Medeiros F. Lessa y Myriam Moreira Protasio). Me referiré a ellas cinco como la coautoría.
Son cuatro las obras que, como grupo, han publicado en Brasil: Interpretações Fenomenológico-Existenciais para o sofrimento psíquico na atualidade (2008), Tédio e finitude (2010), A Escuta e a Fala em Psicoterapia (2010) y A Existência para além do sujeito (2011), todos editados por IFEN.
En esta quinta publicación, titulada O pensamento de Kierkegaard e a clínica psicológica (2013), la coautoría examina el pensamiento del filósofo danés Søren Aabye Kierkegaard. El libro se compone de 4 capítulos. El grueso de la obra hace una revisión histórica sobre el pensamiento del filósofo, explicando los conceptos que fundamentan la construcción de un modelo psicoterapéutico de influencia kierkegaardiana.
Para trazar una psicología apoyada en Kierkegaard, la coautoría hace explícito que necesita alejarse de aquellos preconceptos hegemónicos de la psicología (el Yo, el Ego y la Consciencia) como esencias de la vida psíquica que valorizan la experiencia objetiva del individuo por encima de la existencia.
Desde la psicología existencial, explican, el hombre es tomado como apertura al devenir, es decir, como un ente que no es posible definir, pues su existencia se encuentra indefinida e incompleta, constituyéndose como una paradoja en vaivén con su propio existir. La existencia, entonces, es entendida como el espacio en el que la vida acontece.
La tesis fundamental de la obra versa en la idea de que “así como Kierkegaard se preocupaba por la pérdida de la relación del hombre consigo mismo, el psicólogo clínico existencial tiene como tarea mantenerse alerta ante la angustia y la desesperación del cliente, y de cómo éste encara el carácter [irreflexivo] de la existencia.” (p. 23)
En su obra, el filósofo danés refleja los acontecimientos de su época. Su intención es volver al hombre consecuente de la distancia que existe entre las ideas desarrolladas por el Iluminismo y la vida real y cotidiana. Las situaciones cotidianas que describe se incumben en gran medida con la terminología utilizada por la psicología clínica de nuestro tiempo, englobadas comúnmente en términos como: compulsiones, pánico, fobia y muchas otras manifestaciones de orden diagnóstico o explicativo. Para Kierkegaard, esta terminología no es más que la descripción de la situación fundamental del hombre moderno: su angustia.
En este sentido, el psicólogo existencial acompaña a su cliente “a través de” la angustia, experiencia en la que se da “el salto”. Las elecciones de vida son esto, una discontinuidad en donde el ayer no tiene tanta relevancia como lo tiene el presente.
En el primer capítulo, titulado Kierkegaard: una trayectoria de vida, la coautoría hace una breve semblanza de la vida del pensador danés. Su historia familiar y personal, la fuerte y ensombrecedora influencia de su padre y las relaciones más cercanas que jugaron un papel importante en la formación de su obra.
En el segundo capítulo, titulado La psicología kierkergaardiana, profundizan sobre la filosofía de Kierkegaard, basándose en dos de sus obras: El concepto de la angustia (1844) y La enfermedad mortal (1849). Enfatizan en este apartado sobre la importancia de lo tangible y cotidiano en la filosofía del danés. Hablan también sobre su propuesta de una nueva psicología, aquella que fuera más acorde al propio devenir.
Así, la distinción que hacen sobre la filosofía de Kierkegaard, en comparación a Descartes y Hegel, se hace explícita en el transcurso de su obra. Ideas como el existente, la interrogación por sí mismo, la verdad impregnada de pasión, el hombre singular y no abstracto, entre las más importantes, muestran como su filosofía adopta referencias personales y no verdades exteriores o alejadas a él.
También acotan cómo Kierkegaard establece que la realidad no puede ser alcanzada como puro acto de pensamiento, como esa relación del hombre con el propio hombre (como establecía el historicismo de Hegel), sino que aboga por una existencia humana contingente e inmediata, dogmática, ética y psicológica. Propone que la psicología sea guiada por la seriedad (“como una resistencia audaz”), es decir, por la vía de la ética de la existencia concreta, más que las premisas ideales y abstractas de la Metafísica. Lo real no puede ser accedido por el pensamiento, al contrario, lo real debe de ser tomado “como cosa que existe y que, como existe, nos afecta a todos íntimamente” (p. 24).
Apunta también el filósofo a una concepción dinámica del hombre, una construcción en movimiento que niega la posibilidad de aprehensión por medio de un sistema, haciendo de él una paradoja. El hombre podrá ser pensado, pero jamás teorizado o transformado en tema de investigación que lo explique o categorice. Es así como, en opinión de la coautoría, Kierkegaard propone la construcción de nuestra propia psicología.
Explican que el hecho de existir implica una tensión que no se resuelve; hay desesperación, angustia. Buscamos incansablemente escapar de la angustia, sólo para darnos cuenta que la existencia es una presencia constante de vulnerabilidad, inestabilidad y precariedad. El hombre vive en una ilusión de ser aquello que en acto no es, volviéndose una “oveja en el rebaño” (p. 33). Ese hombre puede también sumergirse tan en sí que se olvida del mundo. A lo anterior, apuntan, Kierkegaard le llama estar en una posición psicológica de no-libertad, en la que no es más el hombre el que elige sino son las circunstancias las que lo hacen.
Se aborda también en este capítulo el concepto de Angustia a partir de la figura bíblica de Abraham. Resaltan que la angustia es aquello a lo que la psicología debería de atenerse por nuestro carácter de indeterminación. La angustia, como abismo de lo posible, es un sentimiento de ambigüedad que antecede toda elección, toda posibilidad, de cara a la nada. En otras palabras, como se tiene la posibilidad de elegir libremente aquello que uno considera el bien o el mal en un contexto específico, siendo un finito particular en un tiempo determinado, entonces no hay manera que nuestras elecciones nos salven de sentir culpa, remordimiento y arrepentimiento. Es decir, al elegir sólo una de mis posibilidades siempre estaré renunciando a las otras infinitas posibilidades sin saber nunca si esas otras hubieran sido una mejor elección, teniendo que vivir con la duda existencial de si elegimos lo correcto o no.
Para Kierkegaard no hay manera de no experimentar las tres derivaciones mencionadas anteriormente (culpa, remordimiento y arrepentimiento), pues son destellos de aquel hombre que establece una relación seria con la realidad. Para Kierkegaard, la Psicología debería de encargarse no del análisis del contenido del pecado (que importa más a la moral, la ética y la dogmática), sino de la descripción de la posibilidad de pecar, pues “cada momento de existir es un modo particular de elegir” (p. 35).
La angustia constituye la posibilidad de libertad. Comenta entonces la coautoría que “la angustia surge en todos nosotros, de esa constante nada que en todo momento se anuncia. Afecto y ánimo, son atmósferas inherentes a la existencia delante de aquello que siempre se abre, es decir, de cara a las determinaciones históricas que se dividen, para cada uno, en su existencia concreta.” (p. 34). En este sentido, la ética kierkergaardiana es una ética de la existencia, que invita al hombre a responsabilizarse por sus elecciones, siendo la angustia la vía de acceso a la consciencia, tanto de sí, como de sus situaciones. Hacerse consciente de sus situaciones le hace ganar interioridad y comprensión, movimientos necesarios para mirar de frente su existencia, asumiendo enteramente su libertad. La interioridad hace que el hombre gane transparencia, “mostrándose de manera plena para sí mismo, a otros hombres y, en última instancia, a su inevitable testimonio con Dios” (p. 37).
Se apunta también la diferencia entre miedo y angustia. Mientras que el primero paraliza al hombre, la segunda lo moviliza. El hombre también está tentado a salir del estado de angustia, asumiendo una actitud más relajada y despreocupada. Esto haría que estuviera más distanciado de sí mismo, esclavizándose a las apelaciones del mundo y, por lo tanto, adoptando un estado de no responsabilidad. La tentación, mencionan, también se puede enmascarar en remordimiento y auto piedad, consciencias que posponen hacerse cargo de manera seria sobre la propia responsabilidad.
El hombre de la actualidad se abstiene de comprender lo eterno e infinito de sus posibilidades. Esta negación, señalan, puede comprenderse como la esclavitud al instante, como abstracción de la realidad, el trabajo excesivo, ejercitarse en demasía o comer de manera compulsiva. Lo que propone Kierkegaard es que adoptemos a la angustia como nuestra escuela, “convoca al hombre a dejarse educar por ella, aprendiendo a conocer los posibles límites de la libertad y a reconocerse en su finitud” (p. 40).
En su libro La enfermedad mortal (1849), Kierkegaard aborda el concepto de desesperación. Explica que es por su necesidad de resolución (de síntesis) que el hombre desespera, por nuestra tendencia a resolver las paradojas de la vida. Tiene también que ver con el concepto de desesperación la idea de lo eterno en la existencia. En el fondo es lo eterno lo que se piensa como justificación necesaria del sinsentido experimentado en el plano temporal. El hombre es la tensión que juega entre lo eterno y lo temporal, una “energía viva, autodeterminada que – en apertura ambigua e indeterminada, en total ausencia de síntesis, en el acto de existir – construye la verdad de su existencia” (p. 42). En este sentido, como ya se ha apuntado, Kierkegaard va en contra de las teorías psicologistas de su época, que buscaban alcanzar un sistema interpretativo y explicativo del hombre. Estas teorías orillan al hombre a buscar justificarse en lo temporal, en sólo uno de los polos de la experiencia paradojal, acrecentando la desesperación, pues olvidamos lo eterno, lo infinito, las posibilidades. Un hombre enquistado en la necesidad, fijo. Un hombre arrojado al infinito por condición existencial pero con comprensión sólo del finito. En el infinito el hombre imagina, pero se pierde en ella, “sin vínculo que lo vincule a lo real, vive en delirio y en fantasía” (p. 43). Por su parte, si el hombre queda fijo en el finito, aniquila la imaginación, condenado a la acción repetitiva. El hombre vive en desesperación, entre las necesidades y las posibilidades; lo necesario son las normas sociales, culturales, históricas. La dialéctica entre necesidades y posibilidades es la libertad. La libertad se limita por las necesidades y es ilimitada por las posibilidades.
Vivimos con miedo al riesgo. Nos perdemos en lo necesario olvidando nuestras posibilidades. Pero, por otra parte, el hombre que toma las posibilidades y se olvida de las necesidades se convierte en una ilusión. La coautoría parafrasea el ejemplo de Kierkegaard: El hombre enfermo de morir. Es aquel hombre que tiene miedo de morir y que hace todo lo necesario para evitar la inminente finitud dada por su condición existencial. Este hombre impide cualquier posibilidad, atándose a la vida sin ningún riesgo, por miedo a toparse con la muerte; lucha para que nada le ocurra, con el fin de postergarla, cayendo irremediablemente en desesperación.
Inevitable rugir con desdén ante la ambigüedad a la que nos arroja la coautoría con esta revisión del pensamiento de Kierkegaard. Pero nos dicen, “se pueden dar dos modos: en la condición de desesperación inconsciente de tener un Yo, en la que un hombre intenta ignorar su condición de existente; y en la condición de consciencia de tener un Yo, en la cual el hombre reconoce su condición de desesperado, aunque inclusive quiera o no esa consciencia de estar desesperado.” (p. 44).
De lo anterior, se dan diferentes formas de desesperación, con diferentes características y nombres: la víctima (el que culpa al mundo de lo que le ocurre), el desafiante (el que lucha para ser el Yo de su invención) y el cobarde (el que busca ser algo diferente de lo que es). Y como habíamos visto anteriormente, advierten que “es muy fácil perderse en el mundo, como es muy fácil también perderse en uno mismo.” (p. 45)
¿En dónde estar entonces? En el libro se sugiere que el Yo se constituye por la relación que se establece con uno mismo y en la relación con el mundo, constituyéndose en esta duplicidad, “yendo y viniendo.” (p. 46). El intento de quedarse estancado en uno solo de los polos constituye la desesperación.
Bajo este contexto se preguntan las autoras cuál es la aportación a la Psicoterapia Existencial de las ideas kierkergaardianas. Restablecer el movimiento de vaivén a partir de una comunicación que abra posibilidades al cliente. ¿Y qué características debe de tener esta comunicación? Mencionan que Kierkegaard propone una comunicación a la que llama indirecta, entendiéndola como aquella que le permita al lector apropiarse de su singularidad. ¿Por qué indirecta? Argumenta el filósofo que una ilusión no puede ser disipada directamente; que para alcanzar al hombre singular es necesario provocar que él mismo reflexione su propia situación; precisa que se deben utilizar metáforas (previa aclaración del tema que se quiere tratar), ironía (que requiere el dominio de aquello que se quiere movilizar), disfraces y de recepción del lector (por medio de la paciencia), para así poder desenredar al lector de los lazos de la ilusión.
El acercamiento al otro debe de ser humilde, con la plena concepción de “encontrar al otro en donde éste se encuentra, habitando el mundo del otro, comprendiendo aquello que el otro comprende” (p. 53). Con lo anterior, Kierkegaard pretendía rescatar al individuo singular perdido en la multitud por medio de “provocar en el otro un elemento reflexivo, un contrapunto dialéctico que pueda restaurar el movimiento y movilizar al otro en el sentido del autorreconocimiento” (p. 54). Lo anterior requiere de un fundamento vital: ayudar no es dominar al otro, sino servirle.
La coautoría profundiza sobre el tipo de ayudante que Kierkegaard describe en sus obras. Hace referencia a dos de ellas: La repetición (1843) y Lo uno o lo otro (1843). El consejero estético se puede resumir en la expresión: lo que es bueno para mi es bueno también para ti. Él presupone que lo abstracto de su experiencia da razón de la realidad del otro, donde lo singular pierde su lugar para dárselo a lo plural, a lo que “le sucede a todos” y que por eso es bueno. El resultado de esta consejería es un fracaso, pues el aconsejado termina por apartarse, permaneciendo en silencio. Es entonces cuando el esteta escoge la Biblia, donde aquellas metáforas le hacen sentido, saliendo del campo de las posibilidades y convirtiéndose en necesidad. Se da una transformación a partir de una comunicación indirecta, que obliga al otro a decidir por sí mismo qué camino quiere seguir.
En la segunda referencia, Kierkegaard habla del consejero ético, personificado por el juez Wilhelm. Este tipo de consejero se resume en la creencia de “un modelo de cómo debe de ser el matrimonio”.
El tercer consejero es el religioso. Éste no orienta al otro, ni siquiera tomando en cuenta sus propias experiencias ni las normas del mundo, al contrario, “se mantiene en silencio” (p. 51). El aconsejado ve el mensaje en las metáforas (comunicación indirecta) y decide por sí mismo.
Para Kierkegaard, señalan las autoras, “el medio necesario para que el hombre se gane a sí mismo y pueda preservarse es la paciencia. La angustia despierta al hombre para que se distancie de sí mismo, pero es la paciencia la que lo ayuda a averiguar aquello que es necesario preservar. Es en la paciencia que el aludido puede verse a sí mismo y deliberar” (p. 56).
Así llegamos al tercer capítulo, en el que se repasa y analiza a tres personajes de la obras del filósofo, que le sirven de referente para ejemplificar los estadios estético, ético y religioso, y como, a medida que se desenvuelve la trama, los personajes se transforman (o no) mediante la introducción de un elemento movilizador.
La coautoría está convencida de que, además del análisis de los personajes, también resulta valioso conocer la vida de Kierkegaard a partir de sus escritos, pues “comprender los detalles presentes desde su nacimiento hasta su muerte es ya una actitud clínica.” (p. 101). Además, es la fuente de inspiración para construir una propuesta de psicología clínica edificada en el pensamiento del filósofo danés, propuesta a la que nombran: Análisis Existencial.
Así tenemos, en primer lugar, a Johannes, el seductor, protagonista del libro Diario de un seductor (1843). El seductor tiene, como primer objetivo, la conquista del placer propio, sin importarle las consecuencias hacia el otro. Segundo, busca la imposibilidad en el plano estético a partir de retardar su entrega hacia la persona seducida. Evade el compromiso, pues significa una responsabilidad moral que no está dispuesto a asumir.
Posteriormente se analiza la figura de Johannes Climacus, protagonista de la obra De todo hay que dudar (1842). Johannes es la representación de la construcción ética del conocimiento. Este ha decidido utilizar la duda metódica (propuesta por el idealismo cartesiano) para conocer, mostrándose insuficiente para abarcar todo aquello que realmente acontece en la existencia. Buscan mostrar en este libro como el hombre, cuya existencia se restringe por medio de los referentes éticos, prioriza la ley moral. Kierkegaard cree en la ilusión de que puede alcanzarse la verdad absoluta (la perfección) en el intento de eliminar el error, la culpa y el arrepentimiento, mismos que son derivados de sus decisiones. En tono irónico, Kierkegaard lleva a cabo la comunicación indirecta mencionada con anterioridad. Por medio de la ironía, apoyándose de criterios estéticos y éticos, busca evidenciar la inadecuación y contradicción del hombre de su época a partir del alejamiento respecto a su verdad singular.
Por último se aborda la figura de Abraham, máximo representante del último estadio: el modo religioso de existir. En éste describe “las decisiones, aparentemente antiéticas y absurdas, de un padre [Abraham] quien, teniendo una relación secreta con Dios, decide entregar a su hijo en sacrificio.” (p. 94). Kierkegaard busca aquí enfatizar lo paradójico de la fe, pues “es una expresión de lo singular sin abstraer lo general” (p. 96). Y va más allá preguntándose qué implica actuar de fe. El filósofo se apoya de una comparación entre el héroe ético y, al que él llama, el caballero de la fe. El primero es capaz de grandes actos, siendo su motivación los resultados y la moral; el segundo se motiva por la pasión, sus actos pueden ser considerados inclusivamente no necesarios, insensatos, pero esto no modifica su decisión pues “en la fe, el individuo se coloca por encima de lo general (lo ético).” (p. 96). Y es por eso que el hombre ético no puede ser ayudado o comprendido en su existencia solitaria, sino que se funda en sí mismo y en un compromiso asumido consigo mismo y con lo próximo que es Dios.
Tres personajes, tres posibilidades de transformación. Johannes, el seductor, no lo hace, pues se mantiene inmerso en el juego de la conquista que constituye en sí el sentido de su existencia; es un juego que no concluye, pues de hacerlo, su existencia se compromete a esclavizarse. El seductor, entonces, eterniza lo sensible, “tarea que se muestra imposible de mantener, pues lo sensible siempre se termina.” (p. 100). El seductor vive en la difícil tarea de mantener permanente lo no permanente. En Johannes Climacus, “el elemento en cuestión es la posibilidad de conquista de una transformación por medio de la lógica, de la razón.” (p. 100). Vemos a un hombre preocupado por seguir constantemente el camino ético, el deber, abandonando lo sensible. Esto último es precisamente lo que hace que fracase, pues la transformación no puede darse sólo en medio de las tribulaciones del pensamiento. Ambos niegan la condición paradójica de la existencia, no accediendo a la transformación.
En contraste, Abraham experimenta la verdadera transformación al unir en la realización de su tarea “lo necesario y lo posible, lo finito y lo infinito, lo temporal con lo eterno.” (p. 101). Opinan las psicólogas respecto a este punto que Kierkegaard, con la figura de Abraham, busca acentuar la posibilidad de encontrar en la existencia el elemento posible de realización plena.
El capítulo termina planteando una pregunta fundamental para el libro: ¿de qué manera la psicología clínica se construye como un elemento de transformación? Argumentan que lo mencionado con anterioridad, junto con la revisión de los textos originales de Kierkegaard, son una fuente de inspiración para la edificación de una propuesta de psicología clínica de inspiración kierkergaardiana.
Por último, en el capítulo 4, titulado Análisis existencial: una clínica psicológica de inspiración kierkergaardiana, nuestras autoras cosechan lo anteriormente desarrollado y lo ofrecen como una invitación a permear la psicología clínica con el pensamiento kierkergaardiano.
Explican que el término Análisis Existencial se remite al psiquiatra suizo Ludwig Binswanger quien, junto a Medard Boss, se alejó de la propuesta Psicoanalítica de inicio del siglo XX para influenciarse en mayor medida por la filosofía existencial, principalmente por el pensamiento de Martin Heidegger. Aclara la coautoría que, contrario al pensamiento hegemónico de la psicología contemporánea, ellas comprenden la necesidad de no objetivar al hombre, “de regresar [al hombre] la existencia que le acontece en el flujo histórico-temporal” (p. 104). Argumentan que el objeto de estudio de la Psicología no debe de ser el hombre, sino la existencia humana en sus diferentes expresiones.
Da confianza a la coautoría saber que el propio Kierkegaard se proponía desarrollar aquello necesario para constituir un espacio que hiciera posible el estudio de la psicología, empresa que gran parte de los pensadores existenciales pasan por alto.
El psicoterapeuta existencial no busca eliminar o disfrazar la intranquilidad del cliente, comentan las psicólogas, sino aprovechar esta inquietud como una expresión de su angustia. De no hacerlo propiciaría la ilusión, negando la consciencia de finitud y responsabilidad por todas sus elecciones, manifestaciones latentes de su libertad. Y a partir de una invitación hacia el cliente, en la que el sentido se construye en el curso de la propia acción, probablemente sea posible desvanecer por medio de la terapia los lazos ilusionistas.
El terapeuta no está neutro en la relación terapéutica, sino que se compromete en promover el encuentro consigo mismo de aquel que pide ayuda, de manera que pueda reconocer su ilusión. El psicoterapeuta requiere de “adición”, de la diferencia que existe entre ayúdate y ayudado, como menciona Kierkegaard, distinguiendo lo que es singular (propio del cliente) en cuanto a lo estético, a lo incognito, al mundo y a la multitud. El terapeuta es aquel que puede ayudar sin ofrecer respuestas directas, comprendiendo la verdad que ha construido el cliente, entendiendo aquellos elementos que envuelven la manera en la que el cliente comprende la existencia (lo singular), introduciendo al diálogo un elemento existencial decisivo: la reflexión. Requiere también adición para conocer y reconocer las diferentes formas de angustia, en reconocer la desesperación como estado propio de la existencia, una vez que ésta se constituye como tensión paradójica que jamás se resuelve.
Hay un marcado énfasis a lo largo de la obra (y en esta reseña) en dejar claro que el hombre no puede ser más tomado como una serie de determinaciones psíquicas, sociales, biológicas, culturales, etc., sino una psicología con énfasis en la existencia y su carácter indeterminada y, por lo tanto, en la libertad existencial.
La tarea de los analistas es traer a cuenta aquello que está olvidado en nuestro mundo, que es todo aquello caracterizado por “la anticipación, el control y la certeza.” (p. 106). De esta manera, la coautoría hace mención de las similitudes kierkergaardianas con el pensamiento del sociólogo Lipovetsky. Éste llama a nuestra época la era de la hipermodernidad, apuntando que estamos en el exceso de sensaciones caracterizadas por el hiperconsumo y el hipernarcisismo, teniendo enfáticamente una ideología de exceso y urgencia continua.
Lo anterior, argumentan, es la razón por la que el hombre lucha por una vida excitante, busca la novedad continua e inventa realidades. “Esto es la desesperación [kierkergaardiana], la sumisión a uno sólo de los polos de la existencia.” (p. 108). Somos autómatas.
Se preguntan nuestras autoras: ¿cómo despertar al hombre de ese sueño profundo, envuelto por las determinaciones hegemónicas en que se encuentra? No buscando sintetizar al hombre y pretender resolver su existencia. Las psicologías hegemónicas han buscado eso y han fracasado pues “han abandonado el carácter religioso de la existencia” (p. 111). Mantener en nosotros la esfera religiosa es dar importancia a la existencia y sus tensiones cumpliendo con las tareas del día a día que nos son requeridas; es también pretender acompañar la cadencia de la vida sin intentar, en todo momento, dominarla, pues ésta no se domina, se transita. La tensión existencial no se disuelve, pues forma parte de la misma. La existencia es lo que es por su tensión. Somos tensión.
Las referencias bibliográficas son principalmente obras del filósofo danés y libros o artículos de la coautoría referida en un inicio. En este sentido da la grata impresión de ser un trabajo novedoso y original en el campo de la filosofía kierkergaardiana aplicada a la psicología clínica.
Aunque el eje de la obra es la reflexión terapéutica a partir de la filosofía de Kierkegaard, me parece que no es excluyente hacía profesionistas de la salud interesados en la filosofía del pensador danés, como pudieran ser educadores, docentes, médicos y psiquiatras. A los filósofos de profesión les puede resultar atractiva la claridad de la mayoría de los conceptos y su aplicación en lo cotidiano, intención muy acertada por parte de las autoras al hablar de la misión del propio filósofo.
La manera amable y clara de acompañar al lector a lo largo del libro, pudiera ser una lectura inicial hacia el pensamiento del filósofo, sin decir con esto que los conceptos sean tratados superficialmente. Todo lo contrario, el pensamiento kierkergaardiano, con sus principales aportes, están en esta obra reflejados concisamente.
Cabe resaltar lo respetuosas que son las coautoras. No se percibe un discurso dictatorial y moralista sobre lo que se debe de hacer, finalmente son coherentes con la propia filosofía de Kierkegaard.
Si hubiese un punto en contra a esta obra, ese sería el lenguaje. Si bien el portugués presenta similitudes apreciables con el español, la gramática suele ser diferente, así como algunas expresiones propias del lenguaje. Sin embargo, de proponerse hacer una lectura pausada y cadente, la compañía de un diccionario y lo fluido de la lectura serán más que suficiente para repasar este valioso aporte de filosofía práctica.
Fuente: Gilberto Santaolalla, “O pensamento de Kierkegaard e a clínica psicológica”, Protrepsis, Año. 2, Número 4., Mayo – Octubre 2013, 144-153.
http://www.protrepsis.net/Forms/wfrSubMagazine.aspx?MagID=5
[1] Psicoterapeuta Fenomenológico-Existencial. Estudiante de la Maestría en Filosofía, UIA
E-mail: gilberto@dialogoexistencial.com