“La genealogía de la moral” de Nietzsche (2/3)

Nietzsche (Filter)A continuación un resumen de “La genealogía de la moral” de Nietzsche.

Tratado primero: “Bueno y Malvado” “bueno y malo”

¿O incluso un lascivo gusto por lo extraño, por lo dolorosamente paradójico, por lo problemático y absurdo de la existencia? … les falta… el espíritu histórico. Antes bien, fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos, quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obra como buenos, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo. Partiendo de este Pathos de la distancia es como se arrogaron el derecho de crear valores, de acuñar nombres de valores: ¡qué les importaban a ellos la utilidad! Utilidad. Antes bien , fueron “los buenos” mismos, es decir los nobles, los poderosos los hombres de posición superior y elevados sentimientos, quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obra como buenos, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo de bajo, abyecto, vulgar y plebeyo. Partiendo de este pathos de la distancia es como se arrogaron el derecho de crear valores, de acuñar nombres de valores: ¡qué les importaba a ellos la utilidad! El pathos de la nobleza y la distancia … en su relación con una especie inferior, con un “abajo”, éste es el origen de la antítesis  “bueno” y “malo”. Concebir también el origen del lenguaje como una exteriorización de poder de los que dominan: dicen “esto es esto y aquello”. Sólo cuando los juicios aristocráticos de valor declinan es cuando la antítesis “egoísta” “no egoísta” se imponen cada vez más a la conciencia humana. Útil-conveniente = lo bueno, perjudicial-inconveniente = lo malo à Valoración de los ingleses. Cuál es el camino correcto: “noble”, “aristocrático”, concepto básico sobre el cual se desarrollo luego “bueno”, “aristocrático”… desarrollo que marcha siempre paralelo a aquel otro que hace que “vulgar”, “plebeyo”, “bajo”, acaben por pasar al concepto de “malo”. “Malo” = “simple”. El hombre simple, vulgar, sin que, al hacerlo, lanzase aún una recelosa mirada de soslayo, sino sencillamente en contraposición al noble. Nobles se sentían precisamente hombres de rango superior. Se llaman “los poderosos”, “los señores”, “los que mandan”. Se llaman, por ejemplo, “los veraces”: la primera en hacerlo es la aristocracia griega… alguien en que es, que tiene realidad, que es real, que es verdadero… pasa a tener totalmente el sentido de “aristocrático”, como delimitación frente a mentiroso hombre vulgar. El hombre vulgar en cuanto hombre de piel oscura, y sobre todo en cuanto a hombre de cabellos negros. Creo estar autorizado a interpretar el latón bonus en el sentido de “el guerrero”. El hecho de que la casta suprema sea a la vez la casta sacerdotal… un predicado que recuerde su función sacerdotal… “puro” e “impuro” como distintivos elementales. El “puro” es desde el comienzo, meramente un hombre que se lava, que se prohíbe ciertos alimentos causantes de enfermedades de la piel, que no se acuesta con las sucias mujeres del pueblo bajo, que siente asco de la sangre. Desde el comienzo hay algo no sano en tales aristocracias sacerdotales y en los hábitos en ellas dominantes, hábitos apartados de la actividad, hábitos en parte dedicados a incumbir ideas y en parte explosivos en sus sentimientos. La humanidad misma adolece todavía de las repercusiones de tales ingenuidades de la cura sacerdotal. La forma sacerdotal de existencia, es donde el hombre en general se ha convertido en un animal interesante… profundidad… malvada. Sacerdotal… desviarse muy fácilmente de la caballeresca-aristocráica. Sacerdotes y la casta de los guerreros se enfrentan a causa de los celos. Los juicios de valor caballeresco-aristocráticos tienen como presupuesto una constitución física poderosa, una salud floreciente, rica, incluso desbordante… la guerra, las aventuras, la caza, la danza, las peleas, y en general, todo lo que la actividad fuerte, libre regocijada lleva consigo. Sacerdotes… los enemigos más malvados… porque son los más impotentes. Los judíos, ese pueblo sacerdotal, que no ha sabido tomar satisfacción de sus enemigos  y dominadores más que con una radical transvaloración de los valores propios de ésos, es decir, por un acto de la más espiritual venganza. Han sido los judíos… se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado por Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia)… Los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios… Con los judíos comienza en la moral la rebelión de los esclavos… ha resultado vencedora. Odio creador de ideales, modificador de valores… un amor nuevo. Jesús, evangelio viviente del amor, ese redentor que trae la bienaventuranza y a victoria a los pobres, a los enfermos, a los pecadores…el auténtico instrumento de su venganza, a fin de que “el mundo entero”, es decir, todos los adversarios de Israel, pudieran morder sin recelos precisamente de ese cebo? … autocrucifixión de Dios para salvación del hombre? … transvaloración de todos los valores, sobre todos los demás ideales, sobre todos los ideales más nobles. La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria. Este necesario dirigirse hacia fuera en lugar de volverse hacia sí, forma parte precisamente del resentimiento. Su acción es, de raíz, reacción. Lo contrario ocurre en la manera noble de valorar: ésta actúa y brota espontáneamente, busca su opuesto tan sólo para decirse si a sí misma con mayor agrandamiento… nosotros los nobles, nosotros los bueno, nosotros los bellos, nosotros los felices… la falsificación  con que el odio reprimido, la venganza del impotente atentará contra su adversario… una especie de lástima, de consideración, de indulgencia, hasta el punto de que casi todas las palabras que convienen al hombre vulgar han terminado por quedar como expresiones para significar “infeliz”, “digno de lástima”, “miedoso”, “cobarde”, “vil”, “mísero”,…la felicidad al nivel de los impotentes, de los oprimidos, de los llagados por sentimientos venenosos y hostiles, en los cuales la felicidad aparece esencialmente como narcosis, aturdimiento, quietud, paz, “sábado”… dicho en una palabra, como algo pasivo. Mientras que el hombre noble vive con confianza y franqueza frente a sí mismo… El hombre del resentimiento no es ni franco, ni ingenuo ni honesto y derecho consigo mismo. Cuánto respeto por sus enemigos tiene un hombre noble, y ese respeto es ya un puente hacia el amor. El hombre noble reclama para sí su enemigo como una distinción suya, no soporta, en efecto, ningún otro enemigo que aquel en el que no hay nada que despreciar y sí muchísimo que honrar. Resulta imposible no reconocer, a la base de todas estas razas nobles, el animal de rapiña, la magnífica bestia rubia, que vagabundea codiciosa de botín y de victoria… el animal tiene que salir de nuevo fuera, tiene que retornar a la selva. Son las razas nobles las que han dejado tras sí el concepto “bárbaro” por todos los lugares por donde han pasado… Despreocupación… su indiferencia y su desprecio de la seguridad, del cuerpo, de la vida, del bienestar, su horrible jovialidad y el profundo placer que sienten en destruir… todo esto se concentró, para quienes padecían, en la imagen del “bárbaro”. ¿Qué es lo que hoy produce nuestra aversión contra “el hombre”? pues nosotros sufrimos por el hombre, no hay duda. El hombre manso, el incurablemente mediocre y desagradable haya aprendido a sentirse a sí mismo como la meta y la cumbre… como algo menos relativamente bien constituido, como algo al menos todavía capaz de vivir, como algo al menos dice sí a la vida… Hemos nacido para una existencia subterránea y combativa. Una mirada a un hombre que justifique a el hombre, una mirada a un caso afortunado que complemente y redima al hombre, por razón del cual me sea lícito conservar la fe en el hombre. Hoy no vemos nada que aspire a ser más grande… descendemos cada vez más abajo, más bajo, hacia algo más débil, más manso, más prudente, más plácido, más mediocre, más indiferente, más chino, mas cristiano, el hombre, no hay duda, se vuelve cada vez “mejor”. “… al perder el miedo al hombre hemos perdido también el amor a él, el respeto a él, la esperanza en él, más aún, la voluntad de él […] Estamos cansados de el hombre…” Pero tal sustrato no existe; no hay ningún “ser” detrás del hacer, del actuar, del devenir; “el agente” ha sido ficticiamente añadido al hacer el hacer es todo. El fuerte es libre de ser débil, y el ave de rapiña, libre de ser cordero. La debilidad debe ser mentirosamente transformada en mérito… y la impotencia, que no toma desquite, en “Bondad”; la temerosa bajeza, en “humildad”; la sumisión a quienes odian, en “obediencia”… el no-poder-vengarse se llama no-querer-vengarse. Me dicen que su miseria es una elección y una distinción de Dios… que quizá esa miseria sea también una preparación, una prueba, una ejercitación… la bienaventuranza. “Este taller donde se fabrican ideas me parece que apesta a mentiras”. Los dos valores contrapuestos “bueno y malo”, “bueno y malvado”, han sostenido en la tierra una lucha terrible, … , se ha vuelto cada vez  más profunda, cada vez más espiritual. “Roma contra Judea, Judea contra Roma”. Los romanos eran, en efecto, los fuertes y nobles; en tal grado lo eran que hasta ahora no ha habido en la tierra hombres más fuertes ni más nobles, y ni siquiera se los ha soñado nunca; toda reliquia de ellos, toda inscripción suya produce éxtasis, presuponiendo que se adviene qué es lo que allí escribe. Los judíos, en cambio, el pueblo sacerdotal del resentimiento por excelencia, en el que habitaba una genialidad popular-moral sin igual.

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Bibliografía: Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Tr. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: 3ª edición, 2011.

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