“Las uvas de la ira resultó ser una obra inmortal. Steinbeck universalizó el tema concreto de Los Joad mediante la simple descripción de esta gente empobrecida; hoy en día serían los mendigos y los desahauciados”.
Rollo May (1992)
John Steinbeck – “Las uvas de la ira” (1939)
por Gilberto Santaolalla
Apilado en el piso, a un lado de esos muebles de baratijas que se acostumbran en las librerías, sus más de seiscientas páginas resultaban atractivas por el precio marcado. Al tomarlo, una tipografía afilada en su tapa contrastaba con una fotografía en blanco y negro de Dorothea Lange, aquella magnífica mujer que dio testimonio de la Gran Depresión del 29. “Las uvas de la ira” de John Steinbeck -leí con curiosidad. ¿Compraré uno de campesinos gringos? -me pregunté escéptico. Recordé que Bukowski hablaba de él en alguna de sus confesiones de metralla (dónde por cierto Hemingway nunca quedaba muy bien parado), así que lo tomé y llevé a casa. Permaneció por más de un año en algún escondrijo de mi librero. Hace tres meses lo recuperé y, al verlo nuevamente, me dije -¿qué puedo encontrar de interés en una familia de campesinos, de medidos de la década de los treinta, que viven en el centro de Estados Unidos? Comencé por el primer capítulo, y simplemente, no pude dejar de devorarlo.
Publicado en 1939, se considera la obra cúspide de John Steinbeck.
Tenemos una familia de campesinos de Oklahoma. Madre y Padre. También los padres de ella, mayores de setenta años. El hijo adolescente y la hija un poco menor en embarazo temprano. Los pequeños de la familia, dos niños con menos de diez años. Y Tom, el ex-convicto. Los acompañan el Tío John (hermano del padre) y el ex-predicador Casy, además de un narrador omnisciente pulcramente involucrado en la historia. Ellos son los Joad, una familia que son con la tierra, que la labran y se labran con su trabajo, que la sudan, que la cuidan y veneran.
“Es curioso. Si un hombre tiene una pequeña propiedad, esa propiedad se transforma en él, en una parte de él, y es como él. Si es dueño de una propiedad, aunque sólo sea para poder andar por ella, trabajarla, apenarse cuando no marcha bien y estar contento cuando la lluvia caiga sobre ella, esa propiedad es él y, de alguna manera, él es más grande porque la posee. Incluso si las cosas no le van bien él tiene la grandeza que le da su propiedad”.
Tom ha salido recientemente de la cárcel; estuvo ahí por matar a un hombre (sí, también en la década de los 30’s los hombres se mataban entre ellos sin mayor justificación que un mal entendido). La llegada de los Bancos como “un monstruo con capacidad para pensar y sentir”, que demanda las tierras de aquellos que caen en incumplimiento de pagos (sí, también en ese entonces los bancos lucraban con la deuda). El arribo de los tractores, sembradoras, cosechadoras, segadoras y demás máquinas que buscaban hacer negocio de la producción masiva de alimentos. Curiosamente surgen también las primeras fábricas de conservas, como solución a la sobreproducción y el desperdicio.
“La tierra daba frutos sometidos al hierro y bajo el hierro moría gradulamente; porque no había para ella ni amor ni odio, y no se le ofrecían oraciones ni se le echaban maldiciones”.
Los Joad, junto con el resto las de familias rurales, son expulsados de sus tierras. Hay enojo, resentimiento, falta de sentido de lo que sucede. Cuestionan a los representantes de las instituciones financieras, pero aquellos que son enviados por los Bancos se escinden de toda responsabilidad: nosotros solamente cumplimos ordenes y por eso nos pagan. Así, ante la opción de quedarse y luchar, o de partir y creer en las ilusiones de aquellos panfletos que, con iluminada esperanza, invitan perversamente a los campesinos a presentarse en California como recolectores de frutas, Los Joad deciden partir. La familia comienza un atrabancado viaje de más de mil millas por el oeste de la nación en busca de una vida nueva. Llevan en el bolso poco más de ochenta dólares.
Steinbeck escribe una novela que suma a su trayectoria y que, en el año de 1962, lo hace merecedor del Premio Nobel. Entre los temas tratados en la obra están: la inocencia perdida, las instituciones como figura de dominio, el sinsentido de la vida, el escepticismo sobre Dios, la mancuerna mujer-hombre como cabeza de la familia, la renuncia de lo que se tiene y de lo que se es, nuestro destino y el paso del tiempo, la esperanza y la desilusión, la utilización de las fuerzas del orden para controlar a la gente, la lucha de clases, la pobreza y el hambre, el miedo y la ira.
Cito a Rollo May (Psicoterapeuta Existencial) acerca de Steinbeck: “John Steinbeck describía cómo «la desesperación se apoderaba» de él mientras escribía su gran novela Las uvas de la ira. Le asfixiaba un sentimiento frenético a medida que la escribía. «Es un libro agotador», dice en su diario. «Y lo espantoso es que es lo mejor de que soy capaz… Siempre he tenido estos problemas… nunca me acostumbraré.»” (Rollo May, 1992)
Por su universalidad, son dos los temas que resultan más relevantes. Uno es la relación madre-hijos. Para Rollo May, la figura de Madre es “el arquetipo de la “matrona” que mantiene unida a la familia itinerante”. Reproducimos uno de los diálogos que consideramos más entrañables:
-Madre… -ella se volvió despacio hacia él, la cabeza temblando ligeramente por el movimiento del coche-. Madre, ¿te da miedo marchar? ¿Ir a un sitio nuevo?
Sus ojos se volvieron pensativos y dulces.
-Un poco -contestó-. Pero que no es tanto como miedo. Me limito a estar aquí sentada y esperar. Cuando pase algo que exija una reacción por mi parte, me moveré.
-¿No piensas en qué pasará cuando lleguemos? ¿No temes que quizá no sea tan bonito como pensamos?
-No -replicó con rapidez-. No lo temo. No debes hacer eso. Yo tampoco. Es demasiado, es vivir demasiadas vidas. Delante de nosotros hay mil vidas distintas que podríamos vivir, pero cuando llegue, sólo será una. Si voy adelante en todas ellas, es excesivo. Tú vives por delante porque eres muy joven, pero yo vivo en el momento. No llego a más. Todos los demás se disgustarían si hiciera más. Todos confían en que yo piense en esas cosas.
Steinbeck distingue continuamente a hombres de mujeres. Para él, las mujeres son movimiento y caos, como el mar que no cesa, y dice: “La mujer fluye, como un arroyo, con pequeños remolinos y pequeñas cascadas, pero el río sigue adelante. La mujer lo ve así. No vamos a extinguirnos. La gente sigue adelante… Cambiando un poco, quizá, pero siempre adelante”. Comenta may que, para Steinbeck, “las mujeres poseen una comprensión innata de la inmortalidad cíclica, y con la maternidad la mujer alcanza la suya porpia como ser elemental especial” (Rollo May, 1992). Por su parte el hombre es el momento, la tensión de lo inmediato, el miedo a no solucionar, el que repara sin saber qué reparar, pero hace, y dice al respecto Steinbeck: “El hombre vive a sacudidas… Un niño nace y muere un hombre y eso es una sacudida… Compra una granja y pierde su granja y eso es una sacudida”.
Otro tema es el que se anuncia el título de la obra: La ira. La incertidumbre constante que rodea a los protagonistas hace que narren, de diferentes maneras, el miedo ante el futuro, desde lo más lejano (la seguridad de un techo, los estudios de los pequeños, la posibilidad de encontrar un trabajo, etc.), hasta los más inmediatos (el poder comer al día siguiente, la seguridad de los integrantes, el nuevo integrante de la familia que viene en camino, etc.). Así, en diferentes momentos, el miedo es resultado de una frustración constante, la incapacidad de poder ascir algo seguro. Sin embargo Steinbeck enfatiza en los momentos cumbre de la novela que el miedo no sirve de nada sino es encauzada hacia la ira. Que es ésta la que une a los hombres ante la opresión. El miedo mata, la ira une y fortalece, establece el objetivo común. De esta manera apunta Steinbeck:
“Las mujeres miraron a los hombres, los miraron para ver si al fin se derrumbarían. Las mujeres permanecieron calladas, de pie, mirando. Y en donde un grupo de hombres se juntaban, el miedo dejaba sus rostros y la furia ocupaba su lugar. Y las mujeres suspiraron de alivio porque sabían que todo iba bien, que esta vez tampoco se irían abajo; y que nunca lo harían en tanto que el miedo pudiera transformarse en ira”.
Después de 75 años de su publicación, el mundo relatado por Steinbeck parece de lo más actual. Esperanza y realidad; de lo que aún hay por luchar y de la contundencia de nuestra historia reciente, una historia de desigualdades, injusticias, egoísmos y de combate. Una novela desgarradora, balanceada en sus argumentos, un técnica narrativa clara y con un lenguaje fuera de pretensiones poéticas; sin moralidades, con un observador que parece sólo tomar nota mientras sufre con ellos y llora también de ira, de impotencia de que las cosas sean como son, de lo descarnada que puede ser la existencia para algunos.
Las uvas de la ira nos invita a rendir homenaje a aquellos que, sin esperanza por delante, deciden continuar… no por progreso, sino por sobrevivir un día más.
- John Steinbeck, Las uvas de la ira, Tr. María Coy Girón. Madrid: Alianza, 3a. reimpresión, 2010.
- Rollo May, La necesidad del mito, Tr. Luis Motella García del Cid. Barcelona: Paidós, 1a. edición, 1992.