“El mundo del sentido, […] excede el mundo humano al tiempo que lo abarca”.

Antecedentes
Resumí en otras entradas del Blog la importancia de un lenguaje que nos permita reconocer y enunciar una dirección para ese “diálogo interior” que cada uno tenemos.
Recordemos la composición de los cuatro sentidos del sentido: a) direccional, b) significación, c) capacidad de sentir y d) sabiduría.
Filosofía del sentido de la vida
Una filosofía del sentido de la vida no busca dar dirección e imponer con ello un sentido, sino evidenciar que la vida misma tiene ya un sentido. Nosotros no le donamos sentido a la vida sino a nuestras vidas. Así, el sentido de la vida es ajeno a lo humano. Basta con observar cómo la planta aspira a la vida y por eso voltea al sol. Si a esa plantita la tomo y la pongo dentro de casa ésta hará todo lo posible por buscar cualquier resquicio que prometa algo de luz natural.
Se tiene del latín “vegetare”, «estar excitado, estar vivo, despierto». Curioso, apunta Grondin, como solemos utilizar vegetal para hacer alusión de que algo está demasiado quieto, casi muerto.
El sentido de la naturaleza
La naturaleza tiene cierto sentido, se dirige hacia «algún lugar», hacia un fin o —en términos de Aristóteles— a un telos (del griego τέλος, ‘fin’, ‘objetivo’ o ‘propósito’). Su contraposición (y negación) es la ciencia moderna.
Sin embargo, “El mundo del sentido, […] excede el mundo humano al tiempo que lo abarca”. Del -∞ al +∞, de lo micro a lo macro, inconmensurable en las dos direcciones. Todo se inflama o colapsa de manera perpetua.
Por su parte, la ciencia limita el mundo del sentido a los símbolos (e.g. los números) asignándoles magnitudes que respondan a leyes físicas y matemáticas negando lo teleológico, es decir, rechazando un propósito inmanente.
Dice Grondin: “[…] Antes que el lenguaje, antes que el sentido de las palabras —determinante para pensar la pregunta por el sentido de la vida— hay claramente un cierto sentido hacia la vida, a saber, una dirección, una cierta aspiración de la vida a la vida.” (p.71) Lo anterior es referido por Grondin como el ámbito de lo cósmico (el orden que podemos ver y admirar, especialmente en lo alto).
Se hace prudente replantearnos aquí, en este horizonte que nos rodea y nos domina, la pregunta por el sentido de la vida pero estando atentos a “la tensión elemental de toda vida”.
Un sentido de la vida (el mundo del sentido) del que la ciencia nos ha alejado, nos ha hecho sordos a él, a su sentido direccional o de aspiración, que compartimos con todo lo que está vivo.
El papel de la ciencia moderna
La ciencia promueve ver cuerpos que responden a leyes y que desde ellas se acomodan. Terminan siendo modelos a extensión del hombre, ofrenda para él y su conocimiento y dominio, en donde él es el único pensante y el único habitante del universo. El cogito de Descartes y posteriormente el sujeto, se construyen como “fundamento de todo sentido”. Es decir, el sentido sólo depende de lo que humanamente se logre construir (dotar) y en función de su permanencia (el tiempo implicado, la caducidad también). De manera que si el sujeto no está presente se pierde el sentido: “En efecto ese sentido parece depender de la buena voluntad de cada cual y del azar de los sistemas simbólicos, tal como lo desea el constructivismo (más sobre el tema aquí) que está en el ambiente”. (p.72)
Una consecuencia es que el mundo del sentido se separa del sentido del mundo (nuestro ámbito como humanos): permanece en el aire nuestra pregunta por el sentido de la vida.
Se pregunta Grondin si nuestro sentido en verdad está limitado por el lenguaje, por el orden simbólico y sus ficciones creadas. “Yo pienso que no” dice “la célula que se reproduce, el planeta que gravita en torno a un astro, el salmón que migra remontando el curso de una corriente en el momento de desove, la abeja que recoleta su botín de flor en flor, ¿no tiene acaso todo ello un sentido? ¿No participamos nosotros también en ese orden de sentido? ¿No nos interrogamos sobre el sentido precisamente porque sentimos (sentire) que vamos a alguna parte? ¿Acaso ese sentido sólo depende de nosotros y de nuestras «construcciones» simbólicas?”.
Comentario final
Todo lo anterior para provocar… Existe la posibilidad de que el sentido de nuestras vidas esté sintonizado con el mundo del sentido, lo que requiere humildad.
Referencia:
Jean Grondin, Del sentido de la vida: un ensayo filosófico, Tr. Jorge Dávila. Barcelona: Herder, 4a reimpresión, 2017.