La náusea según Nietzsche (2/3)

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El estado dionisíaco

El Raush, sensación de celebración contextual (pues implica una historia, un conocimiento previo y, paradójicamente, una novedad refrescante y excitante). El dominio efímero de aquello que es salvaje, impredecible por ser naturaleza; violento ante nuestros esquemas de representación del mundo, pues se sale de lo conocido. En el éxtasis del estadio dionisíaco dejamos de ser para ser, por un instante, pura posibilidad de vida. La existencia se nos muestra como “algo perfecto y definitivo[1]”, como la experiencia misma de lo que es: la esencia de las cosas. Una esencia completa, sin necesidad de dar explicaciones respecto de ella, donde el que experimenta no obra, no tiene un resultado tangible, todo lo contrario, le abarca, le transforma, transgrede todas aquellas representaciones platónicas de lo ideal. No es representación espacio-temporal sino dramática-participativa que no se puede atrapar, contener, reproducir, sino sólo representar como acontecimiento histórico en un instante. Histórico pues está el tiempo implicado (“mientras dura”, “sumergen”, “del pasado”), no de manera mesurable sino vivido, condensado el tiempo en una somnolencia profunda que no exige hacer nada más que ser. Entonces, más que historia, el hombre se vuelve tiempo; más que representación artística, el hombre se vuelve el arte mismo, “servidor intemporal de su dios, que vive fuera de todas las esferas sociales[2]”. El estado dionisíaco hace que se rompa la contemplación apolínea. Ya no hay silencio contenido en el hombre.

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[1] Javier Hernández Pacheco, Friedrich Nietzsche (Estudios sobre vida y trascendencia). Barcelona: Herder, 1990, 1ª edición, p. 31

[2] Friedrich Nietzsche (2011), NDT, p. 86

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