Muerte y Psicoterapia Existencial

La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.

John Donne (1572)

A continuación se presentan algunas anotaciones sobre el tema de la muerte con base en el libro Psicoterapia Existencial, del psiquiatra estadounidense Irvin Yalom.

La muerte

Una vulnerable línea de pensamiento, que data de los comienzos de la escritura, señala como entre vida y la muerte se entrelazan. Una de las verdades más evidentes de la existencia es que todo se desvanece y que la desaparición de las cosas produce temor a los seres humanos. Es evidente también que, no obstante, nos vemos obligados a vivir enfrentándonos tanto a la desaparición de las cosas, como al temor que experimentamos porque ésto suceda. Es imposible que dejemos la muerte sólo a los moribundos. El límite biológico entre la vida y la muerte es bastante preciso, pero desde el punto de vista psicológico ambas se fusionan. La muerte es un hecho de la vida. Si reflexionamos durante un momento, nos damos cuenta que la muerte no es simplemente el último momento de la vida: “Estamos muriendo desde el nacimiento; el final está presente desde el principio” (Manilio).

Heidegger, en 1926, puso atención en cómo la muerte puede salvar al hombre y llegó a la importante conclusión de que el ser consciente de ella actúa como una espoleta que nos hace saltar de una manera de existir (inauténtica) a otra superior (auténtica).

Heidegger sostuvo que hay dos maneras fundamentales de existir en el mundo: 1) un estado de descuido de uno mismo y 2) otro de cuidado de uno mismo. Cuando uno vive en un estado de descuido de sí mismo se encuentra sumergido en el mundo de las cosas y en las diversiones cotidianas de la vida: el ser se mantiene en un “nivel inferior”, absorto en los “necios parloteos” perdido en “los demás”. Uno se rinde ante el mundo cotidiano, ante la preocupación por la manera de ser de las cosas.

En el otro estado, el de cuidado der sí mismo, uno no se maravilla por la manera de ser de las cosas sino por el “evidente” hecho de que existan. Se trata, pues, de una continua conciencia del ser. Este estado, que generalmente se conoce con el nombre de “modo ontológico”, se traduce en el cuidado del ser (puede interesarte esta entrada), más que por su fragilidad, por la responsabilidad que uno tiene con respecto de sí mismo. Sólo de este modo nos ponemos en contacto con la creación de nosotros mismos y llegamos a captar el poder inherente que alberga la propia capacidad de cambio.

Pero este papel positivo de la muerte es difícil de aceptar. Por lo general, la consideramos como un mal tan inmisericorde, que cualquier opinión contraria parece incluso de mal gusto. ¡Nos la arreglamos bastante bien sin la peste, gracias!

Imaginemos la existencia sin ningún pensamiento sobre la muerte. La vida perdería parte de su intensidad y se empobrecería. Cuando se excluye la muerte, cuando se pierde de vista los riesgos, la vida se empobrece. “Se vuelve algo”, escribió Freud. [Lo que quiere decir Yalom a partir de las reflexiones de Freud es que la muerte se cosifica, se vuelve algo más sobre lo que se problematiza, en vez de ser asumido como un misterio].

La realidad de la muerte es vital (paradójicamente) y sumamente importante en un proceso de Psicoterapia Existencial por dos razones:

a) Porque la consciencia de la misma puede actuar como “situación límite” y provocar un cambio radical en la perspectiva de la vida;

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b) Y… porque la muerte es una fuente primaria de angustia. La consciencia de la muerte nos aleja de las preocupaciones triviales y comunica a la vida una profundidad una agudeza y una perspectiva enteramente diferentes.

La angustia de muerte

Para Irvin Yalom, la angustia desempeña un papel tan importante y claro en la Psicoterapia Existencial que es innecesario subrayarlo. Su posición única en la vida psíquica era ya evidente en la nosología psiquiátrica tradicional, en la que los principales síndromes psiquiátricos se denominaban “reacciones”: psicóticas, neuróticas y psicofisiológicas [Es importante saber que Irvin Yalom es médico psiquiatra que posteriormente hizo carrera profesional en el ámbito psicoterapéutico. Actualmente es catedrático de psiquiatría en la Universidad de Stanford].

Se considera que dichos estados son reacciones ante la angustia. Son esfuerzos, aunque defectuosos, por hacerle cara. Aunque el trabajo terapéutico se ramifica posteriormente en múltiples direcciones, los terapeutas emplean siempre la angustia como señal luminosa o compás de la vida psíquica: la enfocan, descubren sus fuentes fundamentales. Yalom aboga por que la meta final es la extracción y el desmantelamiento de dichas fuentes, cuando otras tradiciones más cercanas a la fenomenología existencial podrían llegar a estar en desacuerdo.

El hecho de que la angustia busque convertirse en miedo, a menudo confunde a los terapeutas cuando tratan de descubrir la fuente primaria de aquella. En la labor clínica, rara vez se encuentra uno con el temor ante la muerte en su forma original, ya que inmediatamente se transforma.

Para librarse de aquel miedo, el niño pequeño desarrolla mecanismos protectores que están basados en la negación, pasan por distintas etapas y, con el tiempo, se convierten en un conjunto altamente complejo de operaciones mentales que sirven para reprimir la angustia original, sepultándola bajo diversas capas de operaciones defensivas, tales como desplazamientos, sublimaciones y conversiones.

El radio de acción de la psicopatología y los cuadros clínicos presentados por los pacientes son tan amplios, que los terapeutas requieren algún tipo de principio organizador que les permita agrupar los síntomas, las conductas y los estilos caracterológicos que les permiten agrupar los síntomas las conductas y los estilos caracterológicos para formar con ellos significantes. El empleo de modelos estructurales librará de la ansiedad que ocasiona el enfrentamiento con una situación confusa y rudimentaria. Además, proporciona dominio sobre el tema que, posteriormente, se reflejará en los pacientes, fomentando así su confianza, lo que constituye el requisito previo fundamental para una verdadera relación terapéutica.

Todos los individuos temen a la muerte; la mayoría desarrolla sistemas adaptativos para resolver la angustia, basados en la negación, tales como la supresión, la represión, el desplazamiento, el convencimiento de la omnipotencia personal, la aceptación de creencias religiosas socialmente respaldadas que suavizan el trance o cualquier otro tipo de estrategia destinada a crear una inmortalidad simbólica.

Otto Rank ha dicho que el neurótico es “el que ha rehusado el préstamo (la vida) para no tener que pagar la deuda (la muerte)”. Paul Tillich afirmó que la “neurosis es una manera de evitar el no ser mediante el recurso de evitar ser”. Robert Jay Lifton empleó la expresión “entumecimiento psíquico” para describir la forma en que el neurótico se acoraza para evitar el miedo a la muerte.

Mecanismos ante la muerte

Existen dos modos radicalmente opuestos de enfrentarse a la angustia fundamental. El creerse especial e inviolable y confiar en la existencia de un salvador.

Todos sabemos que, en los límites básicos de la existencia, somos iguales a los demás. A nivel consciente, nadie niega este hecho. Pero en lo más profundo todos creemos que la inexorabilidad de la mortalidad es para los demás, pero no para nosotros. La negación es el intento de resolver la angustia resultante de la amenaza inminente de peligro, pero también es el producto de una profunda convicción en la propia inviolabilidad. Una vez rotas las defensas y cuando nos damos cuenta de que vamos a morir y de que la vida nos va a tratar con la misma rudeza con la que ha tratado a otros, nos sentimos perdidos y, hasta cierto punto, traicionados. Cuando nos damos cuenta de que nos somos especiales, nos sentimos enfadados y traicionados por la vida.

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Las defensas ante la muerte

En este movimiento de sentirnos especiales existen cuatro defensas principales:

a) El heroísmo compulsivo (Zorba el Griego: “… si viene algún sacerdote a confesarme y darme la comunión, díganle que se largue y así tal vez me maldiga… Los hombres como yo deberían vivir mil años”);

b) El trabajomaniaco, el individuo consumido por el trabajo. Una frenética lucha contra el tiempo indica a veces un gran miedo a morir;

c) El narcisismo, disminución de reconocer los derechos ajenos;

d) Agresión y control, el temor y el sentido de la propia limitación se hacen más tolerables mediante la ampliación del yo y de esfera de control del individuo.

Así pues, todo individuo que nace está condenado a la angustia. El destacarse del medio ambiente, ser el propio padre o, como lo expresa Spinoza “el propio dios”, significa un aislamiento cruel; significa quedarse solos, sin esperar la llegada de un salvador y sin el consuelo de los demás seres humanos. Este aislamiento que supone la individuación resulta demasiado terrible para la mayoría. Cuando la creencia en que somos especiales e inviolables no nos proporciona ya el necesario alivio, recurrimos al otro de los dos sistemas principales de negación: creer que nos rescatará un salvador personal.

Existe la tendencia a creer que existe un intercesor personal omnipotente: una fuerza o ser que nos observa, ama y protege eternamente. Aunque nos permite aventurarnos hasta el borde del precipicio, en última instancia nos salvará. Fromm ha llamado a esta figura mítica “ayudante mágico” y Masserman, el “servidor omnipotente”. Desde los comienzos de la historia, la humanidad ha vivido aferrada a la creencia de un dios personal: una figura eternamente amable, terrorífica, cruel, que podía propiciarse o enfurecerse, pero que estaba siempre presente.

En general, la defensa del salvador es menos eficaz que la de creerse especial. No sólo porque se quiebra con más facilidad sino porque es intrínsecamente restrictiva para la persona.

El permanecer encajado en otro, el “no aventurarse” nos somete al mayor peligro de todos: a la pérdida de nosotros mismos, a la misma imposibilidad de desarrollar las múltiples potencialidades inherentes a nuestra persona.

La existencia no puede posponerse

La muerte nos recuerda, pues, que la existencia no puede posponerse, que todavía hay tiempo para vivir. Si uno es lo bastante afortunado como para tener un encuentro con su propia muerte, experimentar la vida como la posibilidad de las posibilidades (Kierkegaard) y saber que la muerte es la imposibilidad de ulteriores posibilidades (Heidegger), puede entonces darse cuenta de que, mientras viva, tiene la posibilidad de alterar la propia vida hasta, pero sólo hasta, el último momento.

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Bibliografía:

Irvin D. Yalom, Psicoterapia existencial, Tr. Na. Barcelona: Herder, 1ª edición, 1984.

Referencias acerca de Irvin D. Yalom:


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