La fantasía para R.D. Laing

La fantasía para Laing

La fantasía para Laing

El psiquiatra británico Ronald D. Laing (1927-1989) y uno de los representantes de la psicoterapia existencial, se pregunta desde la fenomenología social[1]: “¿es la fantasía inconsciente un modo o un tipo de experiencia? Si lo es, lo es en forma diferente. Si no lo es, ¿qué puede ser si no una invención de la imaginación?”[2].

Aborda su estudio de frente a un artículo de la psicoanalista británica Susan Isaacs (1885-1948), quien apunta que las fantasías[3] “… son el contenido primario de los procesos mentales inconscientes”, fantasías que se refieren principalmente al cuerpo y los instintos; “instintos libidinales y destructivos” que en el curso del desarrollo se convierten en defensas y “contenidos de angustia”. Las fantasías, al contacto con lo externo, pueden elaborarse y expresarse, pero no son influidas. Son también, para Isaacs, el sostén que nos permite adaptarnos a la realidad y pensarla. Y por último, “[…] las fantasías inconscientes ejercen una influencia continua a lo largo de la vida tanto de la persona normal como de la neurótica; la diferencia estriba en el carácter específico de las fantasías dominantes, en el deseo o la angustia asociados a ellas y en la interacción mutua y con la realidad externa”.

Sin embargo, dice Laing al respecto:

“[…] para esta autora las fantasías son acontecimientos “mentales”, “internos”, únicamente las propias fantasías son accesibles directamente al Yo, mientas que el otro únicamente puede inferirlas. La idea de que “la mente”, “el inconsciente” o “la fantasía” se localizan dentro de la persona y, en este sentido, son inaccesibles al otro, tiene efectos de largo alcance en la totalidad de la teoría y el método psicoanalítico”[4].

La crítica que hace Laing es, principalmente, a la no corroboración que hace un Otro respecto de las inferencias que hace de un Yo, pues a ese Otro le basta con el testimonio que puede dar ese Yo para inferir (desde su experiencia) la experiencia que tiene el Yo de sí. En este sentido ese Otro que analiza a aquel Yo infiere —a partir de la conducta que puede observar— los significados a los cuales aquel Yo es ciego, que no puede “ver”[5] o darse cuenta, dando pie a que el analista diga que el paciente se halla dominado por “fantasías inconscientes”, donde la misma expresión “inconsciente” es caer en otro absurdo, al utilizarla (desde una posición dominante) para indicar aquello de lo que no nos percatamos en nuestra propia experiencia. Entonces, para Laing, la argumentación psicoanalítica se basa en aquellos deseos que se presentan en nuestra experiencia pero que no podemos reconocerlos, y que por experimentarlos pero entenderlos equivocadamente es que somos inconscientes a ellos. En contraste, para Laing, “[l]os verdaderos problemas deben proceder de los fenómenos mismos […] permitir que los problemas surjan. Y únicamente podrán hacerse presentes cuando los fenómenos dejen de estar embozados por falsos problemas”[6].

Pretendo entonces retomar la concepción teórica de Laing respecto al concepto de fantasía, sabiendo que el psiquiatra tiene una preocupación por distinguirse de aquellos acercamientos que parten de una “escisión teórica”[7], pues más que describir una experiencia (que es lo que me interesa en este ensayo), utilizan conceptos como conversión, proyección o introyección para explicar, en su opinión, “artificios de la teoría”[8], resultando en una no descripción de lo que verdaderamente experimenta alguien.

Entonces ¿qué es fantasía para Laing?

Para él hay una disparidad entre verdad y realidad social, pues “la verdad reside menos en lo que las cosas son que en lo que no son”[9], es decir, hay menos verdad y más apariencia, estamos alejados de nuestras “auténticas posibilidades”[10]. Se pregunta Laing si es suficiente con indicar sólo las adversidades de este mundo (en el marco de la decadencia del capitalismo) o podríamos hacer algo diferente. Para él, “[n]adie puede empezar a pensar, a sentir, a actuar, a no ser que lo que haga partiendo del punto inicial de su propia alienación”[11].

La consciencia reflexiva tiene una experiencia privada. Así, mi cuerpo no sólo es algo que comparto en público, que los demás pueden ver y tocar, sino que también es el cuerpo-para-mí, del que tengo una experiencia privada. Sin embargo, hay un cuerpo-para-mí ajeno, el del otro que esencialmente es inaccesible para mí. El comportamiento de los otros es aquello que podemos “ver” (donde la experiencia de lo que observo es mía) y es muy diferente a la experiencia que está teniendo el otro de nosotros. “Mi comportamiento es una experiencia de la otra persona”[12], dice Laing, y podríamos decir que tu experiencia es un comportamiento para mí.

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Sin embargo, señala, “[l]a ausencia de una validación por consenso, en cuanto recurso de arbitraje sobre este asunto, facilita tal vez su usurpación por parte de la fantasía no reconocida como tal”[13]. Es decir, en el no reconocimiento de que la experiencia del otro me es inaccesible y más bien creer que conozco su experiencia, esta última (mi creencia de creer conocer) opera como una fantasía no reconocible que se apodera de la propia experiencia que el otro tiene de sí para dar paso —violentamente— a la opinión del otro. Es difícil comprender el ser-sí-mismo del otro. No es posible experimentarlo directamente. “Hay que confiar, apunta Laing, en los actos y testimonios del otro para inferir cómo es que se experimenta a sí mismo”[14].

Entonces, si aceptamos que la experiencia de sí-mismo es inaccesible a los otros, ese mundo privado en el que las cosas se experimentan subjetivamente, podemos pensar que “el mundo”, pese a ser algo común a todos y compartido, no puede nunca ser experimentado exactamente de la misma manera por dos individuos. Cualquier acción propia o extranjera que buscara “la pérdida de la experiencia de un sector de la privacía irrestricta, en virtud de su transformación en un campo cuasi-público, es con frecuencia uno de los cambios decisivos ligados con el proceso de enloquecer”[15]. Es la enajenación de sí-mismo, la pérdida del Yo.

Para uno, lo que hoy es bello mañana puede no serlo; lo que hoy es significativo mañana pierde todo sentido. Experimentamos el mundo de diferentes maneras. Un mundo que no es exclusivo de mí que, como he dicho, compartimos con otros, pero que experimentamos como ser-para-mí. El día de hoy compartimos con los otros experiencias comunes, nos encontramos en la manera que experimentamos el mundo, hay un vínculo genuino; y otros días, nos parece que esta manera común de ver el mundo nos hace experimentar la más clara esclavitud al vernos pensando y sintiendo lo mismo que los otros: soy uno más. Dice al respecto Laing: “Es irónico que a menudo lo que tengo por la realidad más pública resulte ser para los demás mi fantasía más privada, y que lo que creo que es mi mundo “interno” más privado resulte lo que de más común tengo con otras personas”[16].

De manera general, y a razón de nuestra alienación, ya no somos ni poco de lo que podemos ser o de lo que fuimos alguna vez. Una capacidad de pensar limitada, amaestrada. Para Laing es necesario desaprender para experimentar el mundo con inocencia, sinceridad y amor, pues “los terrenos de la experiencia” nos parecen extraños, demandándonos una apertura de mentalidad para comprender su existencia.

¿Qué consideramos como real? ¿Nuestros sueños, la vigilia, nuestras fantasías, alucinaciones, espejismos e/o ilusiones? “Lo que nosotros llamamos “normal” es producto de una represión, negación, disociación, proyección, introyección, y de otras formas de acción destructivas en la experiencia. Está radicalmente alejada de la estructura del ser”[17]. Algunas formas de alienación son más “normales” (estadísticamente) que otras. Aquellas formas normales de alienación son aceptadas pues es como actúan los demás. Mientras que aquellas que salen de lo que la mayoría hace son calificadas como “malas o locas”[18]. La condición de estar alienado, dormido, inconsciente, de estar fuera de la propia mente, es la condición del hombre normal. Todos estamos expuestos a ser arrastrados en sistemas de fantasía social corriendo el riesgo de perder la propia identidad en el proceso, y sólo retrospectivamente nos damos cuenta de que eso ha ocurrido.

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Entonces, corremos el riesgo de caer una posición falsa, en la que hemos perdido las propias percepciones y valoraciones, e inclusive doblemente falsa por no darnos cuenta en qué lugar estamos. Y estando ahí, sin darnos cuenta, y muy probablemente hasta cómodos, pues es lo acostumbrado. Para Laing, una posición falsa no es necesariamente insostenible. Conocemos gente muy operante en estas posiciones pues “quien se halla en un posición doblemente falsa siente de modo real; sin sentirse entorpecido, lo está a causa de este sentimiento mismo de “realidad” ”[19].

¿Cómo darnos cuenta de en qué estamos inmerso? La única manera supone “una desrealización de lo que falsamente se toma como realidad y una rerrealización de lo que falsamente se toma como irrealidad”[20]. En este sentido, “lo normal” es estar inmerso en la fantasía social que se le toma por real.

 “Una persona, que está en una falsa posición enajenada dentro de un sistema de fantasía social y que empieza a apercibir parcialmente esta posición, puede manifestar “psicóticamente” su apercepción parcial del verdadero estado de la fantasía diciendo que le están dando ocultamente veneno en los alimentos, que le han sacado el cerebro, que dirigen sus actos desde el espacio exterior, etc. Estos delirios son desrealizaciones-realizaciones parcialmente alcanzadas[21].

El darse cuenta de sí-mismo, darse cuenta que está en una fantasía. Hay un problema que se deriva de esto, darse cuenta de su propia fantasía y querer salir de ella y no poderlo hacer lleva al individuo a una posición insostenible pues, mientas mayor sea la necesidad de abandonar una posición insostenible, menor es la posibilidad de hacerlo. Cuanto más insostenible es una posición, más difícil resulta salir de ella.

Entonces, de lo dicho hasta el momento podemos decir que la fantasía vista como un “territorio aislado y cerrado, en un “inconsciente” disociado y no desarrollado”, es otra forma de alienación.

Sin embargo, para Laing, la fantasía es también una manera de experimentar el mundo, que tiene su propia validez y su propia racionalidad. Más que apoyarnos de la fantasía la experimentamos como una “molestia importuna e infantil que nos sabotea”. La fantasía es: una forma de relacionarse con el mundo. Es parte del significado o sentido de nuestras acciones. Aunque: a) podemos decir que no son parte de nosotros (rechazar su relación con nosotros), b) decir que no comprendemos nuestras fantasías (carece de significado) o c) estar fuera de nuestra atención (fuera de nuestra experiencia). Son para Laing siempre experimentales y llenas de significados; y si la persona no está disociada de ella, es también, relacional, de un modo válido.

¿Cuál es la relación entre los discursos fantásticos y las metanarrativas de la cultura contemporánea? ¿Qué propicia la aparición de las fantasías en una sociedad? ¿Cuál es el entorno característico de nuestra época en el que se instauran los discursos fantásticos?

Referencias

[1] “La tarea de la fenomenología social consiste en relacionar mi experiencia del comportamiento del otro con la experiencia que tiene el otro de mi comportamiento”, en Ronald D. Laing, La política de la experiencia, Tr. Silvia Furio. Barcelona: Grijalbo, 1ª edición , 1977. p. 16 [2] Ronald D. Laing, El yo y los otros, Tr. Daniel Jiménez Castillejo. México: FCE, 6ª reimpresión, 2002. p. 15 [3] Isaacs en Laing, pp. 16-17. [4] Laing (2002), p. 19 [5] Escribe Laing “ver”, entre comillas, para enfatizar la escisión externo/interno [6] idem, p. 23 [7] idem, p. 22 [8] ibidem [9] Laing (1977), p. 9 [10] idem, p. 10 [11] ibidem [12] idem, p. 15 [13] Laing (2002), p. 33 [14] ibidem [15] idem, p. 34 [16] idem, p. 35 [17] Laing (1977), p. 24 [18] idem, p. 25 [19] Laing (2002), p. 36 [20] ibidem [21] idem, p. 37

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