El Yo, cualquier Yo, es el que ha de reemprender la pregunta por el sentido de la vida.

Metafísica y olvido
Siempre sólo podemos partir de nuestra propia actividad de pensamiento. Toda acción es antes un proyecto, un pensamiento de ejecutar algo. Están las preguntas de la metafísica: “¿qué hacemos aquí? ¿Por qué y para qué, o para quiénes, estamos aquí? ¿Qué debemos y qué podemos hacer aquí? ¿Qué nos está permitido esperar?”.
Ante las inquietudes metafísica es relativamente fácil escabullirnos individualmente de ellas; es costumbre interrogarnos por ellas desde nuestra individualidad, aunque encontramos maneras de aplazar (casi siempre) su enfrentamiento. <<Ya será en otro momento pues ahora no tengo tiempo para ello>>. Sin embargo, esa exigencia ontológica (como diría Gabriel Marcel) nos atraviesa a todos sin excepción.
“Este olvido de lo esencial resulta exasperante en el caso de un ser que es, si no el dueño, al menos sí el responsable de su orientación en la existencia”. Aquel que se pregunta por el sentido de su vida (el ser humano) es porque está consciente de “la finitud de su extensión en el tiempo”.
En el fondo, en lo íntimo, la mayoría (hasta el pesimista) espera que todo vaya bien solo que expresamos el mal por una falta de honradez. Es como si hacia afuera se mintiera pero hacia adentro se mantuviera inconfesado. El racionalista es similar: desea tanto el sentido que lo cuestiona hasta el punto de llegar al absurdo al decir que este no existe, algo así.
Si me pregunto si la vida tiene sentido entonces tengo que aceptar que para poder formular la pregunta implicitamente esta el presupuesto de que el sentido existe. Para el autor sólo hay que saber cuál es ese sentido.
La pregunta por el sentido una cuestión reciente
La pregunta por el sentido de la vida es reciente. Antes no era necesaria la pregunta: el sentido de la existencia estaba contenido en la existencia misma. “La vida se encontraba y se sabía instintivamente encajada en un orden del mundo o del cosmos, al cual no podía menos que conformarse, plegándose a sus rituales, que eran todos ritos de pasaje más o menos convenidos”.
Más sobre este tema te recomiendo leer la siguientes entradas: Forja del Yo, desencantamiento del mundo (Tarnas), La muerte de Dios y Lo ilimitado de frente a la razón.
El sentido del sentido
Distintas aproximaciones que buscan dar respuesta a la pregunta por el sentido de la vida: religiosas, humanistas o hedonistas, por poner algunos ejemplos. Todas buscan aplacar la angustia existencial, “producir calma”. Para Grondin seguir la vía de Sócrates es la vía abierta: la del conocimiento de sí mismo o del diálogo interior.
Preguntarse por el sentido de la vida en el tiempo es preguntarse también por el sentido… por el sentido del sentido, y son cuatro los sentidos que la palabra sentido contiene:
- El de dirección de un movimiento. Sentido de vida como extensión, es decir, como aquello que ocupa un lugar, que se despliega entre el nacimiento y la muerte. Antes del nacimiento no hay nada, no hay sentido. Una vez nacido mi vida “va” hacia algún lugar, hacia alguna parte, que tarde o temprano rematará en mi muerte. En esta primera acepción del sentido de la vida se puede decir que es “una carrera hacia la muerte” (Heidegger). La paradoja: vivir para morir. La muerte como fin de las posibilidades: morimos y ya no estamos presentes para enterarnos cómo continua la vida. El tema aquí es que la pregunta por el sentido de la vida en el tiempo sólo tiene “sentido” si estamos conscientes (querámoslo o no) que el horizonte terminal es la muerte. Así, podría decir Heidegger, porque morimos es que la vida importa. Dirección.
- Otro sentido del “sentido” es el de “significante” o “significativo”. Así, en el diccionario vemos diferentes acepciones de una palabra. Interesante lo que dice Grondin: puede que una palabra me parezca extraña → Si consulto su significado se hace más familiar → Si la puedo emplear se hace aún más familiar → Si se instala una familiaridad entre la palabra y yo entonces, “puede dejar de plantearse” el sentido de una palabra. De fondo, cuestionarnos sobre el sentido de la vida tiene un “sentimiento de extrañeza”, aun cuando sea sobre nuestra propia vida por la que nos preguntamos. Que nuestra vida pueda llegar a ser extraña para nosotros mismos que somos quienes la vivimos no deja de tener algo de peculiar pues, a pesar de la mucha o poca intimidad que tengamos con nosotros mismos siempre hay un halo de “extrañeza, misterio y extravío”. De nuestro nacimiento y muerte nada podemos saber: nada “real” por lo menos. “El reto que nosotros somos es el del sentido que podemos reconocer o dar a nuestra modesta extensión en el tiempo”. Posibilidad de significación.
- Sentido “sensitivo”, sobre los sentidos físicos para la vida. Sobre la posibilidad de sentir la vida, de apreciarla, de —inclusive— disfrutarla. La “vida sentida” dice San Agustín. “Yo <<sé>> algo cuando siento ese algo y cando le encuentro algún sabor”. “Ser sentida (sapere) o no sentida (desipere). Una de las funciones olvidadas de la Filosofía, apunta Grondin, es la de ayudarnos a “recordar lo que hace la vida digna de ser sentida”.
- El sentido de una “apreciación reflexiva de las cosas”. Ser sensato, tomar decisiones “con sentido”, tener un buen juicio. <<Tiene sentido lo que haces>>. “[u]na cierta sabiduría en la que se conjuga la experiencia, la razón e incluso una cierta simplicidad natural”.
El Yo, cualquier Yo, es el que ha de reemprender la pregunta por el sentido de la vida.
Referencia:
Jean Grondin, Del sentido de la vida: un ensayo filosófico, Tr. Jorge Dávila. Barcelona: Herder, 4a reimpresión, 2017.