El problema del mal desde la tradición fenomenológica de Eduardo Nicol

El problema del mal desde la tradición fenomenológica de Eduardo Nicol

Para Eduardo Nicol siempre estamos en situación, conscientes o no de estar en ella; conscientes en diferentes grados. Interesan aquí las situaciones constitutivas y no las particulares, pues son en esas situaciones (las vitales) en las que compartimos “componentes objetivos o transpersonales” entre los hombres, aunque las situaciones particulares sean distintas.

La experiencia aporta la aprehensión de sentido respecto a nuestras propias vidas; toda experiencia fue primero acción, un desencadenamiento de acciones intencionadas. Es decir, hacemos lo que hacemos desde diferentes interpretaciones en la que encontramos sentido a nuestra vida. La “calidad” de la experiencia hablará por sí en la medida que nos demos cuenta —de manera exacta— de la relación que guardamos con lo que nos rodea.

La posibilidad de incurrir en falsedad respecto a la manera en que experimentamos nuestras situaciones está siempre presente, y de aquí la sorpresa. Así, nos llega la muerte y puede ser ahí, en ese último respiro, en que nos demos cuenta que estuvimos en un error. ¿Hacia dónde orientamos nuestra disposición afectiva en el tiempo presente con miras a nuestro último respiro: hacia el asombro o la angustia?

Fidelidad / Falsedad

Hay dos posibilidades radicales para Eduardo Nicol. Experimentamos el mundo con fidelidad (propio, autentico), de manera real, cada vez con menos engaños y menor falsedad, o permanecemos ciegos y falsos (impropios, inauténticos) “al principio de la vida y un orden del mundo” al que, normalmente, decidimos permanecer ciegos. La muerte se mira como el horizonte límite que revela el grado de falsedad del que somos responsables en nuestra vida.

¿No fue este desengaño al que nos invitó reiteradamente Nietzsche, a liberar la vida de esas pesadas cargas moralizantes? ¿Qué papel jugamos en la vida de los otros para el desvelamiento de sus falsedadesy viceversa? Recuerdo a Nietzsche cuando apunta que

“¿Eres tú aire puro, y soledad, y pan, y medicina para tu amigo? Más de uno no puede librarse a sí mismo de sus propias cadenas y es, sin embargo, un redentor para el amigo.”[3]

¿Puede ser “la advertencia, la revelación del secreto, el aviso” el movimiento ético de la filosofía nietzscheana en el cuidado del otro de cara al mal? ¿Existe algo como “principio de la vida y un orden del mundo”?

Hay que tener en cuenta que el malestar puede también ser un estado de ánimo inducido desde la malevolencia del que aconseja de mala fe.

Vivir entonces, para Eduardo Nicol, no necesariamente implica hacer conciencia de lo vivido, pues se puede vivir sin reflexionar, ignorando el sentido de lo vivido y experimentando la sorpresa fatal de lo inadvertido en nuestras vidas: por ignorancia, por falta de conciencia. La circularidad de la vida, el retorno de lo mismo, no asegura su aprehensión. 

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Entonces, ¿cuáles son las condiciones de posibilidad para que un hombre sea consciente de su vida? ¿Dejamos de ser inconscientes a ella o siempre habrá algo que ignoremos? Apunta Nicol que “[…] la vida no llega a un límite de experiencia, aun cuando su término sea inminente.” Siempre ignoraremos algo.

Ignorancia

Se hace presente el problema de la ignorancia, la conciencia de ignorar aquello que desconocemos por desconocido. Pero, yendo más allá, también existe la ignorancia que se ignora a sí misma, que desconoce aquello de lo que no somos conscientes y que por lo tanto desconocemos pues ni siquiera somos conscientes de ello. Es la vivencia de la ignorancia, del que vive ignorando el riesgo de morir o su muerte definitiva y, aunque la ignorancia del riesgo no omite el riesgo latente (el abismo está ahí con su profundidad), sí modifica la experiencia de las situaciones.

Hay situaciones límite, aquellas que, mediante el asomo de la muerte nos recuerdan un fin, sin que, como he explicado arriba, esto sea condición suficiente para que sean experiencias vividas conscientemente. Consciencia o no consciencia sobre los riesgos de ir más allá del límite, la incidencia de la idea de límite en la red articulada de ideas, significados, valores, creencias, cuerpo, ego, etc., es inminente.

Si caminar por una alambre metálico es riesgoso —ante la posibilidad de caer y perder el cuerpo y después todo lo demás—, apunta Nicol que una situación límite no necesariamente está presente cuando la vida biológica está en riesgo, sino, en mayor medida, cuando ésta no está en peligro y sin embargo se puede “perder la vida” —en sentido amplio, metafórico— sin más, aunque el cuerpo se mantenga íntegro. Es decir, perder la vida es perder lo que no es “peculiarmente humano.” ¿Y qué es eso que nos es peculiarmente humano? Nuestra libertad.

¿De qué manera se relaciona la libertad con el problema del mal?

Si aceptamos que somos seres conscientes de nuestros límites, como he explicado a partir de Nicol, esto implica intuir que siempre ignoramos que ignoramos algo, que siempre habrá una brecha entre lo que vamos conociendo y lo que es. También, porque somos limitados es que somos posibles, pues si fuéramos ilimitados la convergencia de todo lo posible en perpetuidad daría como resultado lo que es, lo perfecto, lo concluido, donde no habría cabida para el mal. Sucede lo mismo con la nada.

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Ahora, dentro de nuestras posibilidades está el mal pues vamos siendo —y no somos ya algo concluido, rematado—, de lo contrario no habría posibilidad de ser algo diferente a lo que somos; seríamos unidad. El mal no es algo que es, “no es una realidad”. Así como tampoco el bien. El mal tampoco es la privación de la realidad. Entonces el mal está en nosotros como una posibilidad más.

El mal es una posibilidad. ¿Ante qué? Antes de la acción, esto o aquello, aquí o allá, ella o él, ahora o después, mucho o poco, etc. Somos seres que actuamos, que vamos siendo en el hacer, que no estamos definidos y que, sin embargo, también buscamos poner fines a nosotros (de-finirnos) o a la amplia otredad, pues promover lo anterior nos brinda la ilusión de seguridad y certeza. Pero podemos desatinar en esa definición y nuestra elección puede ser errónea: existe la posibilidad de equivocarnos. Y ahí es donde radica el mal, pues los “errores” nos pueden deshacer, deshilvanar lo que hemos tejido, el trabajo ya realizado sobre nosotros y nuestro mundo.

Fronteras

Somos limitados y no podemos tampoco terminar por definir nuestra frontera. Las delimitaciones de nuestras fronteras son también dinámicas por nuestra condición de incompletud; una experiencia de insuficiencia. Y, sin embargo, también nos llega un momento en que ya no tenemos el poder de hacer más.

Somos un proceso continuo, un presente con consciencia de pasado, proyectados. La consciencia moral valora todo presente, todo lo actual, lo que aumenta o disminuye nuestro ser. Buscamos aumentarnos con las decisiones que tomamos y también existe la posibilidad de disminuirnos y es aquí donde “el mal radica.” La consciencia moral pregunta «¿qué hago?», que es el inicio de toda acción, con su “resolución del sentido de nuestra vida”, donde se debate ser o no ser, pues elegir por el mal disminuye nuestro ser, disminuye mi ser hombre, nos hace menos hombres.

Así, ignorar el mal sería ignorar nuestra libertad pues se adoptaría una postura en la que el hombre no se debate más. Entonces obedecería, por norma, hábito, costumbre o moral establecida. Y aun así siempre existe la posibilidad de una consciencia tardía, la posibilidad de la redención al mirar nuestro pasado y darnos cuenta, al paso de los años, de que hemos errado.

Referencia: 

Eduardo Nicol, Psicología de las situaciones límite. México: FCE, 1a reimpresión, 1975.

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, I, “Del amigo”.

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