El hombre libre, según Nietzsche

“Eva tentada por la serpiente” de William Blake (1799-1800)

El hombre libre (la mujer libre) es señor de sí mismo, “quien se ha conquistado definitivamente”1, quien se posee a sí mismo con la responsabilidad que implica ser dueño de sí, que no delega su vida a otro pues, en sentido estricto, el espíritu libre es “quien no necesita nada”.2 El hombre libre se manda a sí mismo, “que es más difícil que obedecer”3. Es el que ensaya consigo mismo, que experimenta y, con ello, pone en riesgo la continuidad de sus creencias (que dotan de de sentido una vida particular) abrazando la insignificancia del mundo que está abierto a un nuevo comienzo. Al hombre libre Nietzsche le exige creación. Nietzsche nos invita a ser creadores4.

El hombre creador lo concibe como aquel que rompe viejos valores, las normas antiguas, librarse de la sobreabundancia histórica que hace pesados a muchos de los hombres de su época. Vivir como un guerrero que no quiere indulgencia. Guerra y desigualdad, el cambio (la superación continua de la vida) y la diferencia, pues “[c]uanto más poderosa sea una vida influyente y creadora, tanto más introducirá la desigualdad de los hombres precisamente en su nuevo sistema de valores, tanto más implantará una jerarquía y una nobleza del alma”.6

Nietzsche contrapone el hombre creador al <<hombre bueno>>. El hombre creador busca superar los ideales de su actualidad mediante la creación de nuevos valores, de obras culturales que no se “justifican por su utilidad social”7 sino que lo hacen más verdadero consigo. Porque estos hombres creadores son posibles (o no) se puede pensar que las condiciones del estado y la cultura son las suficientes para permitir su existencia (o no).

El creador es el que derriba la ley moral establecida y al que “se le ha considerado […] un hombre malo”.8 Los que se autodenominan buenos, por su parte, no pueden crear pues “son siempre el comienzo del final”.9 Inclusive buscan sacrificar a los creadores pues “¡[l]os buenos tienen que crucificar a aquel que se inventa su propia virtud!”, eliminando con ello no sólo su futuro sino el de toda la humanidad.

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El camino personal

Nietzsche pondera las características de ese rumbo y nos invita a crear lo único y concreto para cada uno. Un camino que, probablemente, ha implicado tanto peligro que inclusive tiene que ser borrado a nuestras espaldas, pues nadie debe seguirnos a escondidas. Con esto Nietzsche busca evitar la idolatría y que sea cada quien el que construya su camino. “Éste —es mi camino, —¿dónde está el tuyo?, así respondía yo a quienes me preguntaban “por el camino”. ¡El camino, en efecto, —no existe!”.11

El hombre creador es soberano de sí (y por eso fuera de la regla) y al mismo tiempo “carente de mundo […] como proscripto”12, desterrado de las comarcas comunes. Se guarda de los bueno y justos, de su santa simplicidad. Indaga Nietzsche si “¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley? ¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?”.13

“Crear —ésa es la gran redención del sufrimiento, así es como se vuelve ligera la vida. Mas para que el creador exista son necesarios sufrimientos y muchas transformaciones”.14 El creador del bien y el mal tiene que ser antes el destructor de valores, es el nihilismo que condiciona la posibilidad de superarse a sí mismo. La idea de lo supremo es la creación. Quien es creador se supera a sí mismo, crear por encima de sí mismo, lo que implica desaparecer, perecer, despedirse de ser de una manera particular. Busca no “preservarse a sí mismos”, deja de ser uno, excarcela al que se ha dicho que es y confía por el que está dispuesto a luchar, por el que quiere ser, sin certeza de saber el que será. Sube por encima de sí mismo pues en la cumbre comienza su “última soledad”16. Querer es un acto de voluntad y libertad.

El creador, destructor de mundos

El creador destruye aquel mundo que nombra a la realidad por su esencia, un mundo pensado y no sentido, pues en aquel “es indeciblemente más importante saber cómo se llaman las cosas que lo que son”.17 Pero esa esencia, ese nombre con el que son llamadas los objetos, no es más que un error y una cuestión arbitraria, pues sólo son etiquetas (palabras, lenguaje). El creador destruye nombramiento previos para crear “nuevos nombres, valoraciones y verosimilitudes para crear, a la larga, nuevas «cosas»“ a partir de sentir el mundo, de abrazarlo como es: maravillosamente osco, incierto y angustiante.

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Los creadores son duros, corazón y mente deben endurecerse, “como diamantes”19. No tratarse con indulgencia, pues se enferma. Lo que era suave ahora debe ser duro, de manera que “es necesario aprender a apartar la mirada de sí para ver muchas cosas: —esa dureza necesítala todo aquel que escala montañas20, pues se necesita romper todo lo que por milenios se ha dicho y obedecido. La idea de dureza no está asociada a la fijación sino a la resistencia, a la perseverancia necesaria para destruir y volver a construir, pues “[s]ólo lo totalmente duro es lo más noble de todo”.

Estando en lo más alto ahora hay que descender a lo más bajo, pues “[…] las montañas más altas […] vienen del mar”.22 El que quiera ser creador ha de estar en soledad (diferente al apartamiento), mantenerse fuerte y con voluntad de salud, de manera que sea con coraje como descienda en la incierta oscuridad de quien sabe que Dios ha muerto.


Referencias:

1 Aurora

2 Ibid.

3 Así habló Zaratustra, “De la superación de sí mismo”.

4 Cfr. Ibid., I, “De la guerra y el pueblo guerrero”.

6 Fink

7 Safranski, p. 76. Tener en cuenta que esta idea la rastrea el autor en la época de El nacimiento de la Tragedia.

8 A

9 Cfr. AHZ, III, “De tablas viejas y nuevas”.

11 Ibid., “Del espíritu de la pesadez”.

12 Jaspers (1959).

13 AHZ, I, “Del camino del creador”.

14 Ibid.., II, “En las islas afortunadas”

16 Ibid., “El caminante”.

17 La Gaya Ciencia.

19 AHZ, “De tablas viejas”.

20 Ibid., “El caminante”.

22 Ibid., “El caminante”.

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