El egoísmo para Nietzsche
El egoísmo, en relación con su historia (con su genealogía), parte del espíritu del altruismo, del desinterés y el amor.
Para el hombre egoísta, que es lo bueno para Nietzsche, lo cobarde es lo malo. Al que procura su egoísmo le parece “despreciable el hombre siempre preocupado, gimiente, quejumbroso”[1]. El egoísta desprecia las sabidurías llorosas. Para Nietzsche hay una sabiduría que surge de lo obscuro. Este egoísmo trata con desprecio a las sabidurías que demandan juramentos y no se bastan con la mirada y el acuerdo que se hace de mano. Desprecia al servil y a los pseudosabios, cobardes que complacen a los otros; al que, como el perro, se echa panza para arriba. Desprecia al que no quiere defenderse, el que se traga salivazos venenosos y miradas malvadas, el demasiado paciente, el que todo lo tolera y con todo se contenta, pues ve antes por el otro que por sí. Los que están cansados del mundo.
El egoísmo para Nietzsche tiene su representación en la madre, cuando cuida, pues es la madre la que ve por su fruto, que protege y alimenta. Entonces, para el filósofo prusiano, el egoísmo es donde está el amor.
Nos interesa aquí la opinión que tiene Nietzsche sobre aquellos hombres que descuidan “su «egoísmo»”[2], pues es algo que le impele y corresponde crear. Contrario a esto, el hombre ha decidido constituir su ego a partir de su entorno y de lo que se dice de él. Un entorno saturado de opiniones, apreciaciones semi-personales e involuntarias, referencias impersonales que el hombre va incorporando a su ego, de un barullo poco reflexionado, construido de los restos que los discursos de la gente van dejando. Un mundo de fantasmas, para Nietzsche, que sólo ofrecen apariencias. Egos, entonces, sustentados en apariencias pero no en una construcción creativa del propio ego.
En resumen, a Nietzsche le interesa el concepto de egoísmo en varios sentidos: 1) en relación con su historia, 2) atendiendo a sus aspectos religiosos, filosóficos, psicológicos y fisiológicos, 3) en contraposición con la vida descendente y como síntoma de la vida ascendente y 4) en el marco de su perspectivismo.
Referencias:
- Friedrich Nietzsche, Aurora, Tr. Germán Cano. Madrid: Biblioteca Nueva, 1ª edición, 2000.
- Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Tr. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza, 11ª reimpresión, 2008.
——————————————————————————————————————-[1] AHZ, III, “De los tres males”, p. 270.
[2] A, §105