Ejercicios espirituales: aprender a leer

Nos pasamos, pues, la vida «leyendo», pero en realidad no sabemos leer, es decir, detenernos, liberarnos de nuestras preocupaciones, replegarnos sobre nosotros mismos, dejando de lado toda búsqueda de sutilidad y originalidad, meditando tranquilamente, dando vueltas en nuestra mente a los textos, permitiendo que nos hablen.

McIntyre, Donald; Reading by Lamplight; Paintings in Hospitals; http://www.artuk.org/artworks/reading-by-lamplight-229812

Ejercicios espirituales

Como he tratado de resumir en anteriores entradas en este blog (Ejercicios espirituales, Aprender a morir, aprender a dialogar y poner atención), los ejercicios espirituales de la antigüedad estaban destinados a adquirir buenos hábitos morales. Invitaban a contener o reprimir la curiosidad, la cólera o las habladurías. Mostraban especial interés en la concentración mental (meditación), en dirigir el alma al cosmos (contemplación de la naturaleza) y en transformar la sociedad.

Así, explica Hadot que, entre las distintas escuelas, se tienen por más representativas la “movilización de la energía y sometimiento al destino entre los estoicos, [la] serenidad y desapego entre los epicúreos, [la] concentración mental y renuncia al mundo sensible entre los platónicos.” Si adecuamos lo anterior a la vida moderna, todas las escuelas coinciden en la realización y mejora de uno mismo. Una “conversión filosófica” que se hace necesaria de cara a nuestro constante estado de inquietud, arrebatados por nuestras preocupaciones, “desgarrados por nuestras pasiones”, con existencias inauténticas, sin poder sobre nosotros mismos.

Ejercicios espirituales: acciones concretas y simples

¿Con qué medios conseguían los fines descritos? Técnicas retóricas y dialéctica persuasiva, control del lenguaje interior, concentración mental.

Los ejercicios espirituales están destinados a la educación de uno mismo conforme a la “naturaleza humana” que, dice Hadot, no es otra más que la razón, y en función de los prejuicios humanos y las convenciones sociales (“pues la vida en sociedad viene a ser en sí misma producto de las pasiones”).

El “libre albedrío de la voluntad” es la llave para trabajar y mejorarse a sí mismo, la realización de uno mismo. El ejercicio espiritual es similar al ejercicio físico: “Gracias a los ejercicios espirituales el filósofo proporciona más vigor a su alma, modifica su paisaje interior, transforma su visión del mundo y, finalmente, su ser por entero.”

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Escultura vs. Pintura: Sustrae vs. Añade. La escultura está ahí en el bloque de mármol, sólo hay que quitarle las imperfecciones y lo superfluo. El alma como lo limpio y escondido debajo de la podredumbre (Glauco) del cuerpo, una cubierta que “desfigura por completo” el alma. Nuestro trabajo radica en despojarse de aquello que nos sea ajeno.

Aprender a morir

Ejercicio espiritual de aprendizaje de la muerte (Ver a más detalles: Ejercicios espirituales: aprender a morir): liberarse del cuerpo, de sus deseos y pasiones. Liberar al alma de los añadidos superfluos, de manera que pueda dedicarse exclusivamente al “ejercicio del pensamiento puro”. Estoicismo: al darnos cuenta (porque hemos ejercitado) lo que depende y lo que no de nosotros, podemos hacer a un lado lo que nos es extraño (ojo!) y así poder reencontrar nuestro “verdadero yo”. Epicureísmo: cualquier ejercicio espiritual significa un “regreso a sí mismo”. Deja de estar alienado en sus preocupaciones, pasiones o deseos. El yo se libera de esa individualidad (e.g. yo soy el problema) “para convertirse en sujeto de moralidad”, dispuesto a estar presente a la universalidad y la objetividad.

Sabiduría

El ideal de perfección humana: “Gracias a estos ejercicios, dice Hadot, debería accederse a la sabiduría, es decir, a un estado de liberación absoluta de las pasiones, a la lucidez perfecta, al conocimiento de uno mismo y del mundo.” La perfección divina… inalcanzable, por cierto.

Todo ejercicio espiritual supone “el regreso a sí mismo”. Es la sabiduría sin que ella pueda alcanzarse sino siendo una promesa a la que tendemos por medio de la filosofía. Se está constantemente dividido entre no ser sabio pero tampoco un nunca ser sabio, entre el ámbito de lo habitual y cotidiano y el territorio de la consciencia y la lucidez. Uno se aparta de lo cotidiano, es una “conversión”, cambia la manera de ver la vida, de comportarnos en ella.

“La práctica de los ejercicios espirituales implicaba la total inversión de los valores aceptados; había que renunciar a los falsos valores, a las riquezas, honores y placeres para abrazar los auténticos valores, la virtud, la contemplación, la simplicidad vital, una sencilla felicidad por el mero hecho de existir.”

Los cínicos pretendían entregarse por completo a la vida filosófica, mientras los escépticos aceptaban la imposibilidad de dicha manera al permitirse “vivir como todo el mundo”. Para Hadot las obras de la antigüedad deben de ser leídas “prestando la máxima atención a la actitud existencial que cimienta su edificio dogmático”. (p.52)

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Ejercicios espirituales y existencialismo

Critica Hadot como la teología cristiana demeritó a la filosofía al ponerla a su servicio, al arrebatarle sus ejercicios espirituales y hacerlos del dominio de la mística cristiana. Sería hasta el existencialismo (con Nietzsche y Bergson) que la filosofía redescubre “de manera consciente una forma de vivir y percibir el mundo, una actitud concreta”. “El ejercicio espiritual tiene carácter de acontecimiento e introduce el nivel de lo subjetivo, asuntos que casan mal con esos modelos interpretativos.”

¿Cómo llevar a cabo ejercicios espirituales en pleno siglo XX? No como una práctica meditativa estereotipada. Son prácticas en extremo sencillas que pueden parecer banales y, dice Hadot que, precisamente, “si lo que se quiere es comprender su sentido, hay que vivirlas, experimentarlas sin cesar”.

¿Y qué hay de la lectura?

“Nos pasamos, pues, la vida «leyendo», pero en realidad no sabemos leer, es decir, detenernos, liberarnos de nuestras preocupaciones, replegarnos sobre nosotros mismos, dejando de lado toda búsqueda de sutilidad y originalidad, meditando tranquilamente, dando vueltas en nuestra mente a los textos, permitiendo que nos hablen. Se trata de un ejercicio espiritual, y uno de los más complejos. Como decía Goethe: «La gente no sabe cuánto tiempo y esfuerzo cuesta aprender a leer. He necesitado ochenta años para conseguirlo y todavía no sabría decir si lo he logrado».”

Referencia:

Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Tr. Javier Palacio. Madrid: Siruela, 1a edición, 2006.

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