
Sócrates, que trae a Occidente tradiciones que remontan desde tiempos inmemoriales, invita a un “despertar de la consciencia moral” y lo hace por medio del diálogo.
El diálogo socrático enfoca su interés en “aquel que habla” y cómo se ve “obligado a rendir cuentas de sí mismo”, de su presente y pasado. Nos recuerda que probablemente no hemos actuado de la mejor forma (e.g. que no hemos tomado las mejores decisiones). Al uno mantenerse en el diálogo socrático se podrá volver más prudente: se cuestiona al que se pregunta, obligándolo a prestar atención a sí mismo, a cuidarse de sí mismo. Un cuidado que va más allá de los material, orientado con un mayor énfasis hacia sus pensamiento (phronesis), su verdad (aletheia) o su alma (psyche), examinando su consciencia y cuidando su progreso interior. “Cuidar menos lo que se tiene y más lo que se es”. Se requiere de una insistencia en cuidarse a uno mismo, una disciplina y de ahí su carácter de ejercicio.
Diálogo socrático, un ejercicio espiritual interior, un examen de consciencia; un dirigir la atención a uno mismo: “<<conócete a ti mismo>>” invita a una relación con uno mismo que es, a su vez, fundamento de todo ejercicio espiritual.
Conocerse a uno mismo, según Hadot, es:
- Reconocerse como no-sabio sino en camino a ello.
- Reconocer nuestro ser esencial, es decir, “separar lo que no nos constituye de lo que sí nos constituye”.
- Reconocer nuestro verdadero estado moral, es decir, examinar nuestra consciencia.
Una alta concentración mental: “<<Ponte a meditar ahora y concéntrate a fondo; por el medio que sea repliégate sobre ti mismo mientras te concentras. Si te estancas en algún momento corre rápidamente hacia otra parte… No centres siempre tu pensamiento en ti mismo, sino que deja que tu espíritu comience a volar por los aires, como si fuera un abejorro al que un hilo retuviera en el suelo”.
Diálogo es estar en la disposición de conversar (con presencia) ante otro y ante uno mismo, no con un interés —o no sólo— de exposición de una teoría o dogma, sino (principalmente) de inducir en el interlocutor una “disposición mental”. Se debe intervenir de una “forma más suave y más dialéctica”, dice Hadot, haciendo énfasis en la dialéctica, es decir, ir más allá de hablar de las verdades esperando el reconocimiento por parte del interlocutor de lo que sabe.
Los ejercicios espirituales son siempre una lucha pues “es necesario obligarse a uno mismo a cambiar de punto de vista, de actitud, de convicción, y por lo tanto dialogar con uno mismo supone, al mismo tiempo, luchar consigo mismo”.
Es necesario convencer (mediante la psicagogía, es decir, a través de conducir y educar nuestra alma) no sólo exponer y demostrar verdades. Pero no cualquier modo de convencimiento (como lo hace la retórica, menciona Hadot, a distancia) sino uno que recorra un “camino indirecto”, o una serie de caminos que parezcan divergentes pero que a la larga convergen. Un camino que, más que dar solución a un problema, traza un recorrido que forma el pensamiento, haciéndonos más aptos para descubrir por nosotros mismos la verdad.
Diálogo platónico es “puro ejercicio dialéctico” que es ejercicio espiritual, pues discretamente se acompaña a que en nuestro interlocutor se “produzca la conversión”. El diálogo sólo es posible cuando el interlocutor aspira verdaderamente a dialogar pues quiere aclarar la verdad, si desde lo más profundo de su espíritu quiere el Bien, aceptando las exigencias racionales del Logos, “desviando el alma de lo sensible” y encausando “un itinerario del espíritu hacia lo divino”.
Referencia:
Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Tr. Javier Palacio. Madrid: Siruela, 1a edición, 2006.