
Aquellos que en cualquier día del mes de Targelión se embarcaron, han regresado al puerto… en la noche. Llevaban con ellas un trabajo, que en ocasiones fue ganando claridad y, en otras, descartada por obsoleta. Concedieron el beneficio de la duda a las palabras de El Cocinero que les dijo, a modo de convencimiento, que subieran ya, pues El Capitán llegaría en cualquier momento. Ésto no resultó ser del todo cierto; nunca hubo alguien en ése bote que sostuviera algún mapa preciso, sólo un viejo enigma se leía a un costado de la nave: «gnóthi seautón».
Pero han vuelto ya de otra parte, de una pasaje por sobre aguas profundas, confiando en tan solo unos tablones de madera empalmados: la madre que les abarca, el pequeño bote que les resguardó por encima del caos inconsciente. Es por esto que su construcción se vio rodeada de prácticas rituales pues, se reza, son dos fuerzas básicas las que luchan en el bote: unas por mantenerlo a flote y otras por sumergirle: la fuerza del cielo, del oleaje, de los cuatro vientos, del estancamiento de agua encubierta. Y ahí, en medio del Todo una aventura, una cavidad humana valiente: Cielo – Vacío – Ser humano – Océano. La inconmensurable agua y la bastedad celestial, y aquellos ignorantes sólo una pequeña incursión en los dominios del agua; agua que apacigua la sed y que ahoga también.
Descargan el pequeño bote de lo capturado en mar ignoto. Buena parte ha sido ingerido durante el viaje; era necesario. Pero todos —salvo algunas excepciones que han cedido ante al abismo y regresado a la costa antes de la primera noche— cargan con ellas un maridaje íntimo de certezas y preguntas, de seductoras neblinas y piedras volcánicas, de anhelos fermentados de dulce sabor: algo ha despertado en ellos: «el movimiento de la virtud seminal». “Ha sido una odisea, larga, tediosa, heroica y acosada por peligros. Uno fácilmente podía perderse surcando esas aguas desconocidas, ser tragado por las cosas de lo profundo e inquietante”, reportan nuestras mujeres y hombres a los curiosos que han llegado a recibirlos en Tierra.
Ahora, estando por fin en terreno firme, hará falta encontrar algún campo fértil dónde recostarse, con calma, y entonces abrirse a que El Sol incube, junto con el aire y los veleidosos arrebatos de La Luna-agua, algo en ellos.
Ya recostados en su aposentos se percatarán que lo que estaba echado a perder contenía, secretamente, una luminosa cura. Es como en el grano de trigo que «ha de corromperse», una putrefacción necesaria que da paso a; una alteración irrenunciable en nuestra constitución de inicio; una desintegración necesaria para una nueva unión donde «el alma, o la vida encerrada en el grano, después de resucitada, se manifestará». Así es como ellas y ellos llegarán a ser los que son… y es así como sanamos…
Esta Madrugada a rematado. Levantarse al amanecer. Eos ha sobrevolado, trayendo su luz con tintura de azafrán y rosas, para anunciarnos —a nosotros los doce mortales embarcados— el advenimiento momentáneo y sobresaliente de su hermano Helios.
Hasta pronto…
El Cocinero
Testimonios

“Madrugada me ha ayudado a contestar muchas preguntas que no sabía cómo responder. En estos meses comprendí que para mi es más fácil expresarme con mis acciones que con mis palabras y esto es un intento de ello.
Llegue a Madrugada con el alma un poco rota y en un proceso de reconstrucción.
Intentando responder muchas preguntas; y acá aprendí que parte de lo divino es saber que no todo tiene respuesta. Identifique y abrace parte de mi sombra, ese lado que se puede describir como muy hippie y que guardé mucho tiempo por prejuicio de voces ajenas que me decían que un alma así era ridícula, rechazada y que no servía de nada en este mundo que te necesita «siempre fuerte, estratega, productivo, analista, aspiracional y sin límites». Sabía que para mi no era importante lo que para mi círculo cercano si lo era como la posición en una empresa o la marca que vistes pero aún no sabía lo que me era realmente importante, lo próximo, cómo poder tomarme el tiempo para preparar una mermelada de tocino para mis compañeros de Madrugada.”
Arev, la que tiene fe.
“[…] he disfrutado y sigo disfrutando nuestros encuentros, y anhelo cada semana que llegue el miércoles para escucharlos, compartir y aprender. No tenía idea de lo que iba a ser Madrugada, ni sabía que me iba a ayudar tanto […] me ha enseñado a leer, leer diferente, pensar, vivir, sentir, prestar atención, escuchar y comprender […] provocarme, cuestionarme, hacerme abrir los ojos, y escucharme […] ser parte de nuestro grupo, por enseñarme también tanto, sus ideas, sus vivencias, sus puntos de vista y experiencia que me han ayudado a comprender muchas cosas. […] Madrugada es mi momentito personal, un tiempo para mi en una vida ajetreada, un escape para cambiar la monotonía del día, una paréntesis de aprendizaje que me ayuda a no sentirme sola.”
Ailerua, la dorada y resplandeciente.
“Para mí Madrugada ha sido un espacio para adentrarme en otras formas del lenguaje, ha fungido como un motivante para escribir. Creo que está relacionada mi sensación del proceso de escribir con la falta de presencia […] Con Madrugada he logrado conformar la idea de la importancia de revisar mi actuar, mis actos cotidianos, mis decisiones para hacer o no hacer, he descubierto que a veces tienen más relevancia que aquello que pregono como lo importante en mi vida. En Madrugada he tenido la oportunidad de observar el valor que asigno a las cosas desde el hacer. Me ayudan las preguntas ¿Qué hago y Por qué? ¿Cuáles son las consideraciones que me aparecen para decidir por tal o cual cosa? ¿Hacia dónde orienta mi acción? ¿Qué me significa lo que hago?… ¿Qué me significa Madrugada? ¿Va en algún sentido? Primero, tengo la certeza de observar que el conocimiento de la finitud de las cosas en momentos a veces me atemoriza y me paraliza. Ante la inminencia del término de Madrugada contacto con esa angustia. Hay también una parte que me motiva, a hacer lo que sea posible, mientras sea posible. Quizás en ese sentido de supervivencia, de sobre-vivir, de tener una vida por encima, de un bien-estar […] Madrugada para mí en estar bien con mi escritura, en que sobreviva, en que tienda al bien. A veces me he sentido abrumado por la cantidad de material a procesar. Entre otras actividades —la exploración interna a la que permite entrar en Madrugada entre ellas— a veces me resultan complicadas para malabarear, asignar tiempos y prioridades. De nuevo el sentido. Pero con todo, me parece rico lo sentido en Madrugada y quiero aprovecharlo mientras dure. Quizás no sea como quiero, como espero, por acá sigo, asisto en la medida de mis posibilidades y escribo (todavía) en modo supervivencia.”
Otsener, el perseverante.
“Madrugada ha sido un espacio donde puedo re-conectar y conectar, una oportunidad de observarme y de recordar que puedo ajustar cómo voy viviendo y a lo que le doy valor. A veces me conmuevo, a veces me incomodo, a veces me quedo con ideas fijas que me acompañan toda la semana… y por eso se que es relevante para mí vida este espacio. Me emociona el encontrarles y escucharles e irme quedando con un poco de lo que comparten.
Me duele también que no he dado el espacio que desde mi percepción merece/necesito para seguir todo lecturas, películas, reflexiones y encuentros. Pero, a diferencia de otras veces, me he dado la oportunidad de mantenerme y aprovechar desde donde mi presento lo permite y me lo permito. Me da un poquito de nostalgia pensar que estamos cerca del final, y no quiero dejar de agradecerles por dejarme ser parte… así, en medio de la inconsistencia.”
Lebasi, le que ha jurado ante Dios.
Éste es el testimonio de mi paso por Madrugada. Lo encuentro expresado como un bello poema en la canción “Como la Cigarra” de Mercedes Sosa.
He aquí mi caminar por éste mundo:
“Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que el sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
qué no era la única vez
y seguí cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que el sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces te mataron,
tantas resucitaras,
cuántas noches pasarás
desesperando.
Y a la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que el sobreviviente
que vuelve de la guerra.”
Sofía, la buscadora del sentido espiritual.
Con esa cosa obscura que reconozco mía. William Shakespeare
Para aclararme a mi misma y en un intento de que la inercia no me desvíe de entre las muchas posibilidades de la evasión, la divagación, me digo, les digo: el retrato, mi retrato, no lo encuentro en mi imagen, si acaso en una pequeña parte. Aún así, he empezado a intentar recurrir a ella como un primer anzuelo a tierra, sobre todo porque vivo en medio de esta cultura de la autoimagen para crearse una identidad y despierta mi curiosidad aunque más mi resistencia. Por mi parte, altero los colores de mi despeinado en mi uso rudimentario del fb, aunque la intención es escarbar, encontrar algo evidenciado en el desorden, emerger de entre las capas algo que no muestro a la primera ni a mi, para mirarme como la imagen de otra, con la distancia que me permita acercarme. En síntesis, no me reconozco, mi imagen sólo me resulta familiar o afectiva en retrospectiva; ese reflejo no se parece mucho a la persona con la que converso en mis adentros, con sus estados cambiantes de ánimo y energía; y algo más, cada espejo y cada lente me atrapa con su propio ojo, con simpatía o con indiferencia. Hay espejos que me miran con benevolencia y otros, sin piedad, como los de los vestidores de los comercios de ropa. No estoy en “mi” imagen. ¿Desde dónde puedo alcanzarme? ESTOY, me doy cuenta, básicamente en un estado de fondo, en un a punto de respirar, no tan profundo que no pueda regresar, no tan decidido que parezca que estoy dispuesta a quedarme ahí, pero muchas veces sí, estoy con todo en la eterna brevedad que me haga sentir que puedo despegar, disgregarme, ser sin bordes. Si soy un animal, otro animal además de ésta que soy, es uno huraño, discreto y silencioso, como el águila, o llamado a la luz, pero nocturno, como el búho; si una planta, una silvestre, perenne, como el diente de león que no se deja cultivar, pero renace tanto en tierra fértil como en la agreste. Pero lo mejor sería no saber, ir siendo, eso dice, eso quiere y a veces puede la parte más ligera de mi, la más feliz, la menos frecuente de lo que quisiera, la que me hace libre y que esto valga la pena; hay otra, que monopoliza el espacio y jerarquiza el deber, que mantiene el equilibrio, que mantiene con un hilo la libertad a raya, apenas, frágilmente, a veces ese hilo es de miedo, con frecuencia es de cautela, de cierta incredulidad que le sirve para cuidar a la otra, para mantenerla a flote con su dosis del romanticismo azul gris y media su evasión, como el mito de la gitana de Mérimée, la del celo por su libertad personal. La libertad la vivo más como instinto que como meta, cosa que me hace poco accesible el llamado éxito social, y llevado a los límites a veces a la intolerancia, a la exigencia, a estar satisfecha de mi trabajo, y cuando me veo a la mitad entre todo eso, vivo el malestar, el mareo, el desagrado, la desorientación física y mental. Pero cuando gozosa alcanzo el breve equilibrio, me sumerjo en la deriva que descubre.
A veces soy otra que representa el riesgo de solidificarse, de quedar como estatua de sal, por esperar una mejor ola, una amarilla, la adecuada, la que sea sólo para ella, pero que la sabe casi un espejismo. Siento con frecuencia el vértigo de las corrientes de la vida, la inadecuación, pero también un impulso y el festejo de la novedad, de ser diferente igual bb que todas.
Una gota de lluvia en el vidrio.
Cada una de estas formas que soy, hay más que voy conociendo, hacen su parte y habitan un cuerpo. La cuerpa tendría que ser, como dicen las mujeres de esta década y que dice mucho de su particular modo de transitar la vida. También cumple lo suyo, con eficiencia, hasta que no lo hace e irrumpe con todo el peso de su presencia.
En el balcón se instalaron unas tórtolas, nunca las toqué, ellas se acercaron y se quedaron los dos años que viví en ese departamento, en una especie de jardín vertical urbano. Es el tipo de compañía que me es má⁷6s afín, cerca, no demasiado, les di de comer, recogí sus muertos, conocí su ciclo, fueron testigas del mío. Lo que digo muestra un aspecto inofensivo, pero también tiene oscuridad, el impulso de romper ese equilibrio, para ser más vital, más mundana, entender mejor lo que me digo de diversas formas y de la más simbólica, poética e íntegra, los sueños.
Esto es apenas, una pequeña parte de lo que he vivido en la travesía.
En este viaje de Madrugada, que una vez iniciado no ptermina, eso queda claro, los modos y el tiempo en que vivo las partes de mi historia, se unen en un ensamble que armoniza lo que parecía sin relación. A cada tramo es posible colocar mis pies sobre mis paso, a través de pensadores, de acciones, de preguntas, de filosofía y poesía, del arte y de la vida cotidiana. Madrugada depara incertidumbre, no menos de la que vengo, pero sí me va dando la posibilidad de una mirada sin disimulos, aunque sea a tientas, la certeza de que vamos varias personas, probablemente muchas, que coincidimos a ratos, cada una a su paso vamos hacia nosotras mismas.
Ciudad de México, noviembre 2023.
Nemrac, el jardín de Dios
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